Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

sábado, 17 de mayo de 2014

Todo lo que hay, de James Salter


Los grandes editores no son siempre buenos lectores y de los buenos lectores rara vez sale  un gran editor, pero Bowman estaba de algún modo a medio camino. Muchas noches, ya tarde, cuando se había apagado el ruido del tráfico y Vivian dormía, Bowman se quedaba leyendo. La única luz procedía de una lámpara colocada junto al sillón, no lejos de su mano había una copa. Le gustaba leer acompañado por el silencio y el color ambarino del whisky. Le gustaba la comida, la gente, conversar, pero la lectura era para él un placer inagotable. Aquello que la delicia de la música representa para otros, era para él la palabra sobre el papel.

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Los libros de poemas se vendían muy mal. Publicarlos era un acto de caridad (decía Baum, sobre todo cuando quería provocar a McCann), pero constituían un valioso ornamento para el prestigio de la editorial. Dado que muy poca gente leía poesía después de la universidad, los poetas vivían enzarzados en una lucha feroz por alcanzar la preeminencia. La concesión de un premio importante o la obtención de un puesto académico solían ser  el resultado de una larga campaña de autopromoción, adulaciones y favores mutuos. Quizá hubiese poetas como Cavafis con vidas apagadas en oscuras ciudades de provincias, pero los que conocía Bowman eran sujetos muy sociables y sofisticados, incluso mundanos, perfectamente adaptados a la corriente donde nadaban dándose codazos en pos de un Bollingen, un Pulitzer o un Poesía Joven de Yale.

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 En aquellos tiempos,  Japón sólo existía en los noticiarios que veían en las salas de cine y en los productos baratos que llevaban la etiqueta " fabricado en Japón". Nadie, ninguna persona normal, podía imaginar que ese extraño y lejano país de opereta de Gilbert y Sullivan era tan peligroso como una cuchilla de afeitar y poseía la disciplina y el arrojo necesarios para llevar a cabo planes tan inconcebibles como cruzar con todo su poderío  y en el más absoluto secreto casi todo el Pacífico norte para atacar de madrugada, en una mañana tranquila, la confiada flota norteamericana atracada en Pearl Harbor, un golpe de mano que casi resultó fatal. Pearl Harbor, nadie sabía dónde diablos estaba Pearl Harbor, quizá algunos tenían una idea remota. 

Todo lo que hay. James Salter.
 
 
Tras treinta años sin publicar una novela James Salter vuelve a la carga con la historia de  Philip Bowman, un norteamericano que  tras servir como oficial en las batallas navales del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, vuelve a casa y consigue empleo en una pequeña editorial de Nueva York. Salter mete una vida entera en cuatrocientas páginas, una vida con sus éxitos y sus fracasos, sus amores y desamores, sus ambiciones y venganzas, su guerra, su sexo, y su obstinada y absurda búsqueda de la felicidad. Todo lo que hay está llena de libros y literatura, el protagonista de la novela trabaja en una editorial en la época en la que el mundo del libro de América  y Europa estaba manejado por unas cuantas editoriales pequeñas. La novela está plagada de reflexiones y conversaciones sobre literatura, cine y teatro.
Descubrí a James Salter el verano pasado con Juego y distracción y no lo he soltado desde entonces. Es curioso como en pocos años, este antiguo piloto de caza ha pasado de escritor de culto, de escritor para escritores, a fenómeno editorial. A sus 88 años Salter sigue en plena forma, como demuestra esta magnífica novela y la entrevista que comparto.

Entrevista a James Salter

-Todo lo que hay. James Salter. Editorial Salamandra. Marzo de 2014. 19 euros. 379 páginas.