Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

martes, 1 de abril de 2014

Hormigón, de Thomas Bernhard

 
 
Un amigo no había querido tenerlo nunca, desde el momento en que tuve veinte años y con ello, de pronto, fui un pensador independiente. Los únicos amigos que tengo son los muertos, que me han dejado su literatura, no tengo otros. Y siempre me fue difícil tener siquiera un ser humano, y por eso no pienso en absoluto en esa palabra tan explotada por todos y tan nauseabunda como la palabra amistad. Y ya muy pronto, temporalmente, no tuve absolutamente ningún ser humano, todos los demás tenían algún ser humano, yo no tenía ninguno, por lo menos yo sabía que no tenía ninguno, aunque los otros pretendían continuamente que tenían alguno, decían tú tienes a alguien, cuando yo estaba completamente seguro de no tener a nadie y, quizá fuera ese pensamiento el decisivo, el más aniquilador, el de no necesitar a nadie. Me figuraba que no necesitaba a ningún ser humano, me lo sigo figurando todavía hoy. No necesitaba a nadie y, por consiguiente, no tenía a nadie. Pero como es natural necesitamos a algún ser humano, porque si no, nos convertimos inevitablemente en lo que me he convertido: difícil, insoportable, enfermo, en el sentido más profundo de la palabra, insoportable.

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Pero siempre he tenido buen sentido para saber lo que hay que publicar y lo que no, aunque he tenido siempre la idea de que publicar es, en general, un absurdo, si es que no un crimen intelectual o, mejor aún, un crimen capital contra la inteligencia. Al fin y al cabo, publicamos sólo para satisfacer nuestras ansias de gloria, por ninguna otra razón, a no ser por la razón, todavía mucho más  abyecta, de ganar dinero, la cual, sin embargo, por las circunstancias en las que he nacido, queda eliminada en mi caso, ¡gracias a Dios![...]

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Pero tampoco por esos pobres pobrísimos se puede hacer nada, y la mentira de que se podría es la más difundida y sobre todo a los políticos no se les cae de los labios. La pobreza es inextirpable y quien piensa en extirparla no se propone otra cosa que extirpar a los seres humanos como tales y, por consiguiente, también realmente a la Naturaleza.

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Pero el hombre está hecho precisamente de tal modo que lo que más maldice es lo que lo mantiene y, en general, lo mantiene con vida. Devora las pastillas que lo salvan y desfila a cada instante, con estúpido impulso condenatorio, por las grandes ciudades, hoy degeneradas, para manifestarse precisamente en contra de esas pastillas que lo salvan; actúa continuamente, y como es natural instigado continuamente a ello por los políticos y su prensa, de forma vociferante y en cualquier caso sin pararse siquiera a pensar, en contra de los que lo mantienen vivo.

Thomas Bernhard. Hormigón.