Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

martes, 22 de abril de 2014

William Munny


William Munny era un ladrón, un pistolero y un borracho, un  asesino sin entrañas capaz de matar a mujeres y niños, un hijo de perra capaz de disparar contra cualquier cosa que tuviera vida y se moviera. Una vez, sin ninguna razón, disparó a un granjero en la boca y los dientes le salieron por el cogote . William Munny y su banda, robaron y asesinaron a discreción en el lejano oeste, amparados en la ausencia de leyes y la lenta llegada de la civilización, ejerciendo  la ley del más fuerte y el más malo.
 
Una hermosa y pretendida muchacha se enamoró de William Munny y se casó con él, con el consiguiente disgusto de la madre, que conocía la fama de criminal del pistolero. El temible forajido encontró la redención, su esposa le curó del whisky y de la maldad,  y le convirtió en  granjero y padre de familia. En contra de lo que sospechaba la madre, no fue William Munny el que mató a su hija, sino la viruela.  Ahora, el antiguo pistolero mal vive con sus hijos en una humilde granja persiguiendo cerdos enfermos y llevando flores a la tumba de su esposa. Así lo encuentra Schofield Kit, un pistolero en ciernes  que busca un socio para ir a matar a dos vaqueros que han acuchillado a una prostituta.  Las compañeras de la agredida ofrecen una recompensa de mil dólares.

William Munny (Clint Eastwood) en Sin perdón (Unforgiven) de Clint Eastwood. 1992.
 
Con Sin Perdón, Clint Eastwood  cogió al maltrecho western y lo puso patas arriba. Unforgiven es un western pero no lo es, la película desmitifica el género de arriba abajo, no hay pistoleros de una pieza que disparan a monedas lanzadas al aire para demostrar su rapidez y puntería, ni duelos al sol.  Al principio no sabemos muy bien si el malo es el malo y el bueno es el bueno o al revés, no estamos seguros  de nada,  no es un western más o un homenaje al western clásico. En el primer visionado la película resulta incómoda para los aficionados al género, hasta que no termina no sabe uno muy bien de qué va la cosa. Con el cine de género se suele dar mucho por sentado, y en esta película nada es lo que parece.
José Luis Garci dijo en un artículo que escribió para ABC en 1993 a propósito de la ceremonia de los Oscar,  que Sin perdón era Raíces Profundas (George Stevens.1953) pero al revés. Es verdad, haced la prueba.
Con Sin Perdón, Clint Eastwood  se ganó el favor de la crítica, y no sólo en Estados Unidos. Los que llevaban años y años vapuleándole se rindieron ante esta película y empezaron a llamarle autor. Es curioso porque en Sin perdón están los temas que Eastwood  llevaba abordando durante años en su cine:  la vejez, la violencia, la redención, la venganza… Temas que estaban incluso en sus películas más patrioteras y denostadas, como es el caso de El sargento de hierro, que siempre me quedo a ver cuando la pasan por la tele.  El mérito de Sin perdón no recae sólo en Eastwood  claro, ahí está el magnífico guión de David Webb Peoples que llevaba años metido en un cajón, y los actores, todos enormes hasta el último secundario, y la formidable fotografía de Jack N. Green. En esta película hay planos, encuadres y cielos que me recuerdan a lo mejor de Ford.   Ayer la volví a ver en DVD, en la tele grande con las persianas bajadas, cuando terminó, con esa mítica secuencia  final que empieza con William Munny  entrando  al pueblo en plena noche lluviosa, como siempre que la veo, me acordé de El corazón de las tinieblas de Conrad.





viernes, 18 de abril de 2014

Gabriel García Márquez (1927-2014)

 
 
*El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar al buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagadas de pájaros.
 
Crónica de una muerte anunciada
 
 
 
*El coronel destapó el tarro de café y comprobó que no había más que una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra, y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con el óxido de la lata.
 
El coronel no tiene quien le escriba
 
 
 
*Mi primera impresión fue la de estar absolutamente solo en la mitad del mar. Sosteniéndome a flote vi que otra ola reventaba contra el destructor, y que éste, como a 200 metros del lugar en que me encontraba, se precipitaba en un abismo y desaparecía de mi vista.
 
Relato de un naufrago
 
 
 
*Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.
 
Cien años de soledad

jueves, 17 de abril de 2014

El mundo de ayer, de Stefan Zweig



“Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación  y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobretodo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea. Me he visto obligado a ser testigo indefenso e impotente de la inconcebible caída de la humanidad en una barbarie como no se había visto en tiempos y que esgrimía su dogma deliberado y programático de la antihumanidad. Después de siglos, nos estaban reservadas de nuevo sin declaración de guerra, campos de concentración, torturas, saqueos indiscriminados y bombardeos de ciudades indefensas; bestialidades que las últimas cincuenta generaciones no habían conocido y que ojalá no conozcan las futuras. ”
“En realidad yo, que desde hacía tiempo me había consagrado en cuerpo y alma a la literatura, no estaba interesado en ninguna de las ciencias que se enseñaban con vistas a una carrera, incluso albergaba una secreta desconfianza-que hoy todavía no ha desaparecido-hacia toda actividad académica. Para mí el axioma de Emerson, según el cual los buenos libros sustituyen a la mejor universidad, no ha perdido vigencia, y sigo convencido hasta hoy de que se puede llegar a ser un extraordinario filósofo, historiador, jurista y cualquier otra cosa sin tener que ir a la universidad, ni  si quiera al instituto.”
-El mundo de ayer. Memorias de un europeo. Stefan Zweig.
 
 
Llevaba años encontrándome  con el nombre de Zweig  en ensayos, novelas y libros de historia sobre el siglo XX. Llevaba años leyendo sobre Zweig y sus memorias, publicadas en España por la editorial Acantilado en 2001, llevaban mucho tiempo recomendándome este libro y tenía muchas ganas de leerlo. De Zweig sólo  había leído Carta a una desconocida, adaptada al cine por Max Ophüls en 1948, y Mendel el de los libros. A raíz de leer el magnífico ensayo de Margaret MacMillan sobre la Gran Guerra (1914 De la paz a la guerra) me picó el gusanillo todavía más porque cita las memorias de Zweig  varias veces.
 Stefan Zewig  nació en Viena en 1881,  en el seno de una familia de la alta burguesía, fue novelista, ensayista, biógrafo, viajero incansable y un gran observador de la realidad de su tiempo, no sólo de la realidad cultural y artística, también de la realidad cotidiana, la que se observa a pie de café o acodado en tascas y bares de mala muerte.  Desde su posición privilegiada fue testigo de los acontecimientos clave del siglo XX. Su narración abarca desde lo que él llama “La edad de oro de la seguridad” anterior a la Primera Guerra Mundial, hasta la llegada del desastre y el horror a partir de la Gran Guerra primero,  y la aparición del fascismo, el  nazismo  y la Segunda Guerra Mundial después. Zweig se relacionó  con la crema de la intelectualidad europea: Rodin, Rilke, Freud, Hoffmansthal, Richard Strauss, Schnitzrle, Rolland y Verhaeren, son sólo algunas de las amistades que cultivó.
El 22 de febrero de 1942, Stefan Zweig se suicidó junto a su esposa Charlotte en la ciudad brasileña de  Petrópolis, donde estaba exiliado desde 1941 y donde terminó de escribir estas memorias. Encontraron a la pareja en la cama, abrazados, en la mesilla de noche había un frasco de veronal. Zweig llevaba toda su vida viajando, primero por placer,  luego huyendo del nazismo. Era judío (por accidente, decía él)  y sus libros fueron prohibidos en la Alemania nazi en 1936. En 1942  estaba convencido de que Alemania ganaría la guerra y de que el nazismo se extendería por todo el planeta, no le gustó el panorama y decidió quitarse de en medio.
El libro es una maravilla, un paseo por la cultura, la política, la historia y la vida europea del siglo XX, sus 550 páginas se leen en tres tardes.  Es cierto que hay un exceso de  nostalgia y benevolencia hacia esa vieja Europa (1870-1914), hacia esa “Edad de oro de la seguridad” que Zweig, desde su posición social, pinta demasiado idílica. No obstante creo que estas memorias son muy recomendables para cualquiera que quiera indagar en la historia del siglo XX.  
Ningún artículo sobre un libro dice más que el libro en cuestión, así que  vayan a la sección de biografía de la biblioteca del barrio, brujuleen por la z y disfruten de esta estupenda autobiografía.

sábado, 12 de abril de 2014

La noche del cazador

Misterio y melancolía de una calle.1914. Giorgio de Chirico.


 Ojeando un libro de arte en la biblioteca  me encontré con esta imagen de un cuadro de  Giorgio de Chirico y me acordé  de la película  La noche del cazador. En el cuadro,  una niña juega sola  y despreocupada  con un aro mientras al final de la calle una sombra se agiganta. La escena provoca cierta angustia;  la caída de la noche y la sobria arquitectura transmiten una enorme sensación de soledad y desamparo. Intuimos que esa sombra es el mal que acecha y que  hará daño a la niña cuando la encuentre. En la película de Charles  Laugton,   John le cuenta un cuento a su hermana Pearl antes de dormir cuando la sombra de un hombre se proyecta en la pared de la habitación, Pearl se asusta y  John se asoma a la ventana, allí está Harry Powell, el falso reverendo interpretado por Robert Mitchum,  apoyado en la valla de madera de la casa y observando la ventana, acechando. La maldad y la inocencia, el bien y el mal, el amor y el odio.
Charles Laughton (magnífico actor) sólo se puso detrás de la cámara una vez en su vida y rodó una de las grandes películas del cine norteamericano. The Night of the Hunter es una película atípica, extraña, difícil de encasillar en algún género. Podemos decir que es cine negro pero está muy alejada de cualquier película de este género con la que la queramos relacionar, podemos decir que es cine de terror pero no tiene nada que ver con ninguna película de terror. Realidad y fantasía se mezclan hasta confundirse,  es un cuento infantil y un drama onírico, pero también una crónica sobre la Gran Depresión.   La película está basada en una novela de David Grubb  que el guionista James Agee adaptó para la pantalla. Laughton  prescindió de la perspectiva realista del libro y el resultado fue esta magnífica película llena de guiños al cine expresionista alemán.

La noche del cazador es una de las pocas películas protagonizadas por niños que me gusta. En esta película hay niños desamparados y hambrientos, niños con la fantasía y los miedos propios de un niño,  pero no hay ni gota de ese sentimentalismo ramplón tan común en el cine a la hora de abordar la infancia. John, ese chaval que madura a la fuerza , ese héroe capaz de guardar un secreto hasta las últimas consecuencias, me metió en su bolsillo desde la primera escena.



"Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de cordero pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis." Mateo, capítulo 7 versículo 15.

Ficha de la película

domingo, 6 de abril de 2014

El largo invierno chino, de Carlos Palacios

"¿Sabe cómo se hace uno pobre? Pues poco a poco, con el pasar de los días. Es que no te das ni cuenta. Un día te despiden, no tienes dinero para pagar el teléfono, luego la luz, luego el alquiler del piso. Amenazan con echarte, no haces caso porque estás muy liado buscando trabajo. Hasta que sucede y entonces te ves en la calle. Por un tiempo los amigos te acogen en sus casas. Es casi divertido; es casi como volver al instituto o a la universidad. Pero se cansan y te buscan una pensión. Es barata, te dicen, estarás más cómodo porque vas a tener más independencia. Aguantas un mes, dos, no te sale nada, el traje está cada vez más sucio y más viejo, la gente empieza a mirarte cuando pasa a tu lado. Comienzas a no ser uno de ellos. Un día no tienes ni un euro para el café. Te jodes y no desayunas, vas a las entrevistas andando porque tampoco tienes para pagarte el tranvía. Luego dices: joder, y si pido aunque sea nada más que un euro para el tranvía. Cuando empiezas a pedir no puedes después parar, es como el vino. Y ya empiezas a convertirte en el loco del barrio, te conocen porque eres el que todos los días pide para ir a buscar trabajo y el bocadillo. Entonces debes mucho dinero a la señora de la pensión y te echa. ¿Dónde vas? No puedes presentarte así a los amigos, mucho menos a la familia. Te dices: la primera y la única vez que duermo en la calle. Al principio lo que hacía era pasear toda la noche, con mi maletita a cuestas. Cuando empezaba a amanecer me sentaba en un banco, con la maleta bien cogida, y echaba una cabezadita. Pero llega la lluvia y el frío y ya no puedes estar andando toda la noche; te dices que bueno, tendré que repararme en algún sitio. Y ves a otros que lo hacen, te acercas y al principio te tratan mal, luego se hacen amigos tuyos y ya estás dentro, buscando cartones y mantas, extendiendo la mano cuando pasa alguien para que te dé algo."

Carlos Palacios. El largo invierno chino.


Los chinos conquistan Europa, este es el argumento de El largo invierno chino, una novela que mezcla ciencia ficción, novela negra y crónica social, todo aliñado con toques porno escatológicos y narrado en un tono desenfadado y gamberro a ratos deshuevante. Dos historias paralelas que se cruzan en un momento dado: la de Juan Almendros, que  después de llevar años buscando un futuro profesional en España llega a Milán para trabajar como profesor de español en una academia y se encuentra con que los chinos dan un golpe de estado. Y la de John Won, un chino que trabaja en condiciones de esclavitud en una empresa china que le captó en su país prometiéndole las mieles de la vida europea. Won vive en un sórdido edificio al que llaman el CUBO  junto a cientos de compatriotas que trabajan 18 horas diarias a cambio de cama, ropa y sopa de arroz, están permanente vigilados por el jefe de la megaempresa, cuya consigna es:

"Es la época en la que el glorioso sol oriental prevalecerá sobre el gris invierno europeo. Hemos venido para quedarnos".

La crisis actual, la pobreza, la explotación laboral, la vuelta al estado de naturaleza y la capacidad del ser humano para adaptarse a cualquier situación cuando lo único que importa es la supervivencia, son algunos de los temas que aborda esta estupenda novela. A ratos desternillante a ratos demoledora. Muy recomendable.

-El largo invierno chino. Carlos Palacios. Editorial Eutelequia. octubre 2013. 203 páginas. 18 euros. Lo presto.

sábado, 5 de abril de 2014

Kurt Cobain (1967-1994)

 

Hace veinte años que Kurt Cobain se pegó un tiro con una escopeta en su casa de Seattle. En noviembre del 93, Nirvana graba este concierto convertido en álbum. El concierto cierra con la versión de una vieja canción folk popularizada en su día por el mítico músico de blues Lead Belly, Where did you sleep last night. Un temazo.



                                                  
Mi niña, mi niña, no me mientas.
Dime dónde dormiste anoche.
En los pinos, los pinos.
Donde el sol no siempre brilla.
Temblaba durante toda la noche.

Mi niña, mi niña, ¿dónde vas a ir?
Voy donde sopla el gélido viento.
En los pinos, los pinos.
Donde el sol no siempre brilla.
Temblaba toda la noche.

Su marido, era un hombre muy trabajador.
Sólo a una milla de aquí.
Su cabeza fue encontrada en un volante, 
pero nunca se encontró su cuerpo.

Mi niña, mi niña, no me mientas.
Dime dónde dormiste anoche.
En los pinos, los pinos.
Donde el sol no siempre brilla.
Temblaba toda la noche.
 
Tiembla para mí.

Mi niña, mi niña, ¿dónde vas a ir?
Voy donde sopla el gélido viento.
En los pinos, los pinos.
Donde el sol no siempre brilla.
Temblando durante toda la noche.

Mi niña, mi niña, no me mientas.
Dime dónde has dormido la última noche.
En los pinos, los pinos.
Donde el sol no siempre brilla.
Temblaba durante toda la noche.

Mi niña, mi niña, ¿dónde vas a ir?
Voy donde sopla el gélido viento.

¡En los pinos! ¡Pinos!
¡Sol! ¡Brilla!
Temblaba durante toda la noche.

 

martes, 1 de abril de 2014

Hormigón, de Thomas Bernhard

 
 
Un amigo no había querido tenerlo nunca, desde el momento en que tuve veinte años y con ello, de pronto, fui un pensador independiente. Los únicos amigos que tengo son los muertos, que me han dejado su literatura, no tengo otros. Y siempre me fue difícil tener siquiera un ser humano, y por eso no pienso en absoluto en esa palabra tan explotada por todos y tan nauseabunda como la palabra amistad. Y ya muy pronto, temporalmente, no tuve absolutamente ningún ser humano, todos los demás tenían algún ser humano, yo no tenía ninguno, por lo menos yo sabía que no tenía ninguno, aunque los otros pretendían continuamente que tenían alguno, decían tú tienes a alguien, cuando yo estaba completamente seguro de no tener a nadie y, quizá fuera ese pensamiento el decisivo, el más aniquilador, el de no necesitar a nadie. Me figuraba que no necesitaba a ningún ser humano, me lo sigo figurando todavía hoy. No necesitaba a nadie y, por consiguiente, no tenía a nadie. Pero como es natural necesitamos a algún ser humano, porque si no, nos convertimos inevitablemente en lo que me he convertido: difícil, insoportable, enfermo, en el sentido más profundo de la palabra, insoportable.

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Pero siempre he tenido buen sentido para saber lo que hay que publicar y lo que no, aunque he tenido siempre la idea de que publicar es, en general, un absurdo, si es que no un crimen intelectual o, mejor aún, un crimen capital contra la inteligencia. Al fin y al cabo, publicamos sólo para satisfacer nuestras ansias de gloria, por ninguna otra razón, a no ser por la razón, todavía mucho más  abyecta, de ganar dinero, la cual, sin embargo, por las circunstancias en las que he nacido, queda eliminada en mi caso, ¡gracias a Dios![...]

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Pero tampoco por esos pobres pobrísimos se puede hacer nada, y la mentira de que se podría es la más difundida y sobre todo a los políticos no se les cae de los labios. La pobreza es inextirpable y quien piensa en extirparla no se propone otra cosa que extirpar a los seres humanos como tales y, por consiguiente, también realmente a la Naturaleza.

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Pero el hombre está hecho precisamente de tal modo que lo que más maldice es lo que lo mantiene y, en general, lo mantiene con vida. Devora las pastillas que lo salvan y desfila a cada instante, con estúpido impulso condenatorio, por las grandes ciudades, hoy degeneradas, para manifestarse precisamente en contra de esas pastillas que lo salvan; actúa continuamente, y como es natural instigado continuamente a ello por los políticos y su prensa, de forma vociferante y en cualquier caso sin pararse siquiera a pensar, en contra de los que lo mantienen vivo.

Thomas Bernhard. Hormigón.