Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

miércoles, 18 de diciembre de 2013

América según Ellroy

 
 
 

 Hace años leí L.A.Confidential y me encantó, me gustó más que la película y la película me gusta mucho. No sé por qué le perdí la pista a James Ellroy, se cruzarían otros libros y otros autores supongo. El caso es que hace unas semanas me tropecé con una entrevista que le hicieron en el programa página2 de Televisión Española en 2010  y recordé que hace años me había propuesto no perder de vista a este tipo. En el siguiente viaje a la biblioteca encontré América y me la calcé en una semana, menudo fiestón narrativo. América es la primera parte de una trilogía que abarca la historia de Estados Unidos desde finales de los años 50 hasta mediados de los 70. La novela comienza en 1958 y termina en 1963, segundos antes de que disparen al presidente Kennedy en Dallas. Ellroy, que mezcla personajes reales y de ficción,  se basa en hechos históricos para escribir su personal crónica política y social de aquellos años en Estados Unidos . En la América de Ellroy todo el mundo está de mierda hasta el cuello,  desde los míticos Kennedy hasta el último gánster pasando por policías y agentes de la CIA y el FBI. No hay buenos ni malos, tampoco héroes de una pieza. Dinero, poder, sexo, drogas y mucha violencia.  Las novelas de Ellroy son largas, duras y complicadas, tramas y subtramas en las que en varios momentos es fácil perderse. La recreación de los años 50 y 60  es genial, el ambiente de Los Ángeles, el mundo del cine con sus sórdidas aspirantes a estrellas de Hollywood, la corrupción, las revistas de chismorreos y la cochambre moral que se esconde tras el escaparate que vende el sueño americano están reflejados de manera magistral. Dicen que Ellroy es el mejor escritor de novela negra del mundo mundial y del espacio interestelar conocido y por conocer, no sé..., me aburren un poco estas afirmaciones categóricas. Las novelas de Ellroy me gustan, por eso repito y las recomiendo. Por cierto, la entrevista no tiene desperdicio, Ellroy es todo un personaje: prepotente, maleducado,  políticamente incorrecto y polémico. Su biografía daría para una de sus novelas. Dejo abajo el enlace con la entrevista.
 
Os dejo también una escena de la adaptación al cine de L.A Confidential que hizo Curtis Hanson, llevaba muchos años sin verla y  me sigue pareciendo un peliculón. Creo que es de lo mejor que se ha hecho desde El Padrino en cuanto a cine negro, policíaco, de gangsters, neo-noir o como queráis llamar a este género tan difícil de delimitar.

Me encanta el personaje de Bud White, ese bruto que bajo  tanto músculo y tanta mala leche esconde un tío noble y con principios. La verdad es que Russell Crowe se sale, y qué decir de Kim Basinger, hace un papelón y está estupenda, en la escena final está espectacular de amarillo y con el pelo corto,  cuando se aleja por el pasillo caminando del brazo de Ed Exley va espachurrando corazones con los tacones de los zapatos.

 
 
 
-Las novelas de James Ellroy son fáciles de encontrar en bibliotecas públicas.
 

viernes, 13 de diciembre de 2013

Peckinpah: sangre, talento y whisky.

Kris Kristofferson (Billy the Kid) y James Coburn (Pat Garrett) en Pat Garrett y Billy
 the Kid de Sam Peckinpah. 1973.
 
Cuando se trata sobre  el western crepuscular  es inevitable  hablar de  Grupo salvaje, La balada de Cable Hogue y Pat Garrett  y Billy the Kid, las  tres películas de Sam Peckinpah  que marcan el final de un género que lleva muriendo desde finales de los 50 pero que no acaba de estirar la pata. Parecía que Pat Garrett y Billy the  Kid iba a ser  el último  gran western, pero veinte años después llegó Sin perdón y resucitó el género, el personal se volvió loco y los críticos que llevaban años vapuleando a Clint Eastwood  se derritieron.  Sin perdón se convirtió en un clásico en cuestión de meses, y ya está entre las mejores películas de la historia del cine. Conozco a gente que se aficionó a las de vaqueros gracias a esta película.  Como decía, siempre se habla de Peckinpah a la hora de hablar del final del western, sus películas tratan de tipos atrapados entre dos épocas:  el viejo oeste de los espacios abiertos en el que la ley no existía,  y la llegada de la civilización con el ferrocarril como metáfora del avance del capitalismo. Yo creo que muchos de los temas que explotó Peckinpah ya están en El hombre que mató a Liberty Valance de John Ford, en esta película el viejo maestro ya nos anuncia que la cosa se acaba. Ford era un viejo artesano curtido en el cine mudo, y Peckinpah un joven con mucho talento curtido en la televisión. Peckinpah reformuló el género y lo llenó de perdedores, movimientos de cámara, tiroteos sangrientos a cámara lenta, chicas en pelotas y litros de alcohol, regalando a los amantes del género  un puñado de westerns cargados de violencia y belleza a partes iguales.  
Ayer volví a ver Pat Garrett y Billy the Kid. En esta película Peckinpah aborda la historia de Pat Garrett y Billy el niño mezclando realidad y leyenda. Un western cargado de romanticismo y melancolía, en el que la maravillosa música de Bob Dylan eleva todavía más el tono de cantar de gesta de la película.  El Pat Garrett y Billy the  Kid de Peckinpah es un poema visual, una balada acompañada de una de las mejores bandas sonoras de la historia del cine, en la que destaca una de las grandes canciones del siglo XX, Knockin ´On Heaven´s Door (Llamando a las puertas del cielo), por cierto, Bob Dylan además de componer la música interpretó un papel en la película.
Billy y Pat son viejos amigos y  compañeros de banda, pero los tiempos cambian y el oeste en el que robaron y asesinaron impunemente se está acabando, ha llegado el ferrocarril, han llegado los inversores, ha llegado la ley, se acabó lo de hacer lo que a cada uno le salga de las pelotas. Pat se adapta a los tiempos y se convierte en Sheriff, Billy pretende seguir haciendo lo que le sale de las pelotas “Los tiempos están cambiando”, dice Pat a Billy para justificar su nueva condición de servidor de la ley  “Tal vez los tiempos estén cambiando, pero yo no” contesta Billy.  La misión del Sheriff Garrett  es dar caza a los forajidos y el primero de la lista es su viejo amigo. La incertidumbre que provoca vivir el fin de una época y la amistad traicionada son algunos de los temas de esta película. Es curioso como los westerns de Peckinpah, tan violentos y decadentes, me transmiten tanta emoción  como  los del viejo Ford. Tan distintos y tan parecidos.



Ficha de las películas mencionadas:
Pat Garret y Billy the Kid
La balada de Cable Hogue
Grupo salvaje
El hombre que mató a Liberty Valance   
Sin perdón

 

lunes, 2 de diciembre de 2013

Fuera de campo

 
En la entrada anterior se habló de un recurso cinematográfico muy utilizado durante los años de la censura en el cine norteamericano: el fuera de campo. Los crímenes no se podían mostrar en la pantalla, así que los directores sacaban el acto censurable de cuadro y centraban la cámara en otra cosa dejando que el crimen se desarrollara en la imaginación del espectador.  La mejor escena  de un crimen  fuera de cuadro que yo he visto en el cine aparece en  Frenesí (1972) de Alfred Hitchcock. Este fuera de campo nada tiene que ver con la censura (en 1972 ya regía la calificación por edades), de hecho Hitchcock no nos priva de nada en el primer asesinato que comete el estrangulador. En la secuencia que recoge el vídeo, se escamotea el crimen al espectador haciendo retroceder la cámara hasta sacarla a la calle justo en el momento en el que asesino y víctima entran en el apartamento. La cámara en travelling hacia atrás, baja las escaleras, sale a la calle, y termina  con un plano general del edificio. Parece que el director nos dice:  en el primer  piso de este edificio están violando y  estrangulando a una mujer, pero la tierra sigue girando y en la calle el ajetreo continúa. El asesino puede ser ese vecino tan amable, ese tío tan educado que te ayuda a subir las bolsas de la compra.
Menuda escena que se curró el maestro.

 
 
 
 

sábado, 30 de noviembre de 2013

El imperio del crimen

 
 


Scarface, el terror del hampa. Howard Hawks. 1932.


Después de la Segunda Guerra Mundial, los índices de  criminalidad aumentaron considerablemente  en  todos los países que estuvieron implicados en el conflicto. Atracos a mano armada, asesinatos, contrabando, guerra entre bandas de gangsters, crímenes pasionales, asesinatos en serie  y violaciones ocupaban las páginas de los diarios de Estados Unidos, Francia, Alemania, Gran Bretaña y otros lugares. El fenómeno no era nuevo, ya se había dado tras la Primera Guerra Mundial, pero tras la segunda el tema  se recrudeció y  las alertas contra el crimen se activaron. En este sentido, el crítico de cine francés Noël Simsolo  aporta en su  magnífico ensayo  El cine negro  parte de un artículo muy interesante escrito  por el cineasta Erich Von Stroheim a finales de 1945.
“Los problemas de la guerra y de la posguerra son universales. Me marcho de los Estados Unidos, donde está causando estragos una ola de crímenes, llego a Francia y en la portada de todos los periódicos leo en grandes titulares: ALERTA CONTRA EL CRIMEN. He oído decir que en todos los países afectados por el conflicto ocurre lo mismo. Desgraciadamente, es una de las secuelas más horribles de la guerra. No es posible reunir impunemente a millones y millones de hombres, inculcarles una mentalidad asesina, entrenarlos física y moralmente en los métodos más modernos y más refinados de la supresión de su prójimo, enviarlos a probar la excelencia de estas técnicas en los países más remotos y pedirles que pierdan bruscamente las buenas costumbres adquiridas con tanto esfuerzo.”
Artículo de Erich Von Stroheim en la revista Ambiance. Diciembre de 1945.
 
Este clima de violencia que se dio entre las dos guerras mundiales y tras la segunda, aumentó el gusto por lo policíaco entre el gran público consumidor de cine y literatura popular. Películas y novelas se llenaron de detectives, gangsters, asesinatos y atracadores de bancos. Algunos países, preocupados  por la glorificación de los criminales que creían que se hacía en estas novelas y películas, tomaron medidas y exigieron a editores y productores finales ejemplarizantes. Se acusaba a estas historias de pervertir mentes e inducir al delito y al asesinato. En este ambiente aparece la Ley Hays, que censura el cine norteamericano desde principios de los años treinta hasta finales de los sesenta. Se prohíben las películas que rebajen la moral del espectador e inviten al vicio y a la maldad, se censuran las  que ridiculicen la ley natural y simpaticen con los delincuentes. Se prohíbe mostrar técnicas de robo o asesinato. Los directores toman nota y hacen trampas,  en lugar de mostrar insinúan, en lugar de ponernos un plano del malo apuñalando o apaleando a su víctima, sacan el vil acto de cuadro y la cámara sale por una ventana  y se centra en el tráfico de la calle, en una foto sobre la mesilla de noche,  o en un teléfono que suena, no vemos el crimen pero lo escuchamos o lo intuimos. Los censores siempre han pecado de subestimar la imaginación y el sentido común.
Salvo por parte de algunos que defendían su enfoque crítico, el cine negro era atacado y despreciado por buena parte de la crítica  por su amoralidad y su violencia gratuita. Algo parecido ocurrió a mediados de los años sesenta en el contexto de la guerra de Vietnam. Cuando el cine norteamericano se llenó de perdedores , violencia explícita,  sangre a borbotones y disparos a quemarropa,  la controversia sobre la violencia en el cine volvió a estar en la palestra.
En el cine negro encontramos dos tipos de malos, están los malos malos y los malos buenos. Los malos buenos suelen ser atracadores que sólo utilizan el arma como último recurso, tipos que salen de la cárcel o vuelven de la guerra y se encuentran un país devastado que no les ofrece ninguna oportunidad, tipos que buscan dar un último golpe y retirarse a vivir sin sobresaltos, tipos que tras reunirse  con sus compinches en una garaje  para planear un robo a una joyería o a un banco, vuelven a casa a cenar con la familia y le cuentan un cuento a su hijo antes de dormir. Estos, a pesar de estar al margen de la ley, se atienen a una moral, a una ética, a unos valores.
 
Tony (de pie, repeinado y con corbata), recién salido de la cárcel, prepara junto a sus compinches el robo de la joyería más protegida de París en Rififí  (Du rififi chez les hommes), la obra maestra escrita y dirigida en Francia  por Jules Dassin y estrenada en 1955.
  
Luego están los malos malos, que suelen ser gangsters de gatillo fácil que primero disparan y luego preguntan, los que son capaces de matar a un niño o a una ancianita para no dejar testigos, gente que disfruta del asesinato o que lo toma como algo que forma parte del oficio "no es nada personal, sólo negocio".  Estos se pasan por el arco del triunfo la ética, la moral, los valores y todo lo demás.
Esta dualidad del mal se aprecia muy bien en algunos clásicos del cine negro como Rififi de Jules Dassin, La jungla de asfalto de John Huston y El beso de la muerte de Henry Hathaway. Esta última la vi el mes pasado en la filmoteca, que dedicó dos meses a la filmografía del gran director. En El beso de la muerte tenemos a Richard Widmark haciendo de malo malo, y a Victor Mature haciendo de malo bueno.  Mature interpreta a un  atracador al que pillan tras robar una joyería y que negocia con la policía para poder salir de la cárcel y ver a sus hijas. Widmark, que debutó en esta película,  encarna a un gánster despiadado y psicópata de risa floja, y lo borda. Gracias a esta primera interpretación en el cine Richard Widmark obtuvo la única nominación al Óscar de su carrera. El beso de la muerte es de las pocas películas del período clásico en la que vemos al malo malo en plena acción. Normalmente en las películas de los años cuarenta y cincuenta sabemos que el malo malo es malísimo por su aspecto, por su reputación , por lo que cuentan de él. En esta película y en esta mítica escena, Tommy Udo (Richard Widmark) demuestra que su reputación no es una leyenda urbana. 

Tommy sale de la cárcel y acude en busca de uno de los soplones que le delató.
 
 
 Un peliculón, fue un lujo volver a verla en cine y en versión original. 
 
No perdáis de vista las películas mencionadas ni el estupendo ensayo sobre el cine negro de Noël Simsolo, un libro esclarecedor en muchos aspectos,  porque rompe con la tendencia, todavía demasiado habitual, de presentar el cine negro como un género estanco con fronteras muy delimitadas. Simsolo acude a las fuentes, a las literarias y a las cinematográficas, remontándose a la novela naturalista del XIX y al cine mudo. Se mire por donde se mire el delito y el asesinato siempre han estado presentes  en  la literatura ( y luego en el cine), desde la antigüedad con las tragedias griegas y los relatos bíblicos, hasta nuestros días con las novelas de James Ellroy. El primer crimen de la literatura lo tenemos en el Libro del Génesis, en el capítulo titulado  Caín y Abel, tenemos el crimen, la investigación, el culpable, el interrogatorio y la condena. De hecho en la Biblia están ya todos los géneros literarios. En literatura está todo inventado desde hace un montón de años.

Saludos cordiales.
-El cine negro (Pesadillas verdaderas y falsas). Noël Simsolo.  Alianza Editorial 2007. Probad en bibliotecas públicas, yo lo encontré. No obstante ya ha salido la edición de bolsillo a precios populares, 12,50. Noël Simsolo nacido en Périgueux Francia en 1944, es director, guionista e historiador de cine. El libro se publicó en Cahiers du cinéma en 2005. En 2007 Alianza lo publicó en España traducido por Alicia Martorell Lineras. Viene ilustrado con unas fotos cojonudas. Me lo voy a regalar.

-Ficha de películas mencionadas y recomendadas:
Scarface, el terror del hampa.
 Rififi
La jungla de asfalto
El beso de la muerte
 

domingo, 17 de noviembre de 2013

Vázquez Montalbán


“Aprender a matar fue lo más difícil.    
 Las vacilaciones, decía el profesor, generalmente no proceden de una repugnancia natural , sino cultural. (…). –El acto de matar es instintivo, vitalmente lógico. Luego, las inhibiciones se encargan de adulterarlo. Las inhibiciones se disfrazan con una capa de moralidad. Pero en realidad se trata de repugnancia por la mera formalización, desacreditada a lo largo de una educación visual. Recuerden la primera imagen de la muerte que fijaron en su cerebro: Caín, quizá feísimo con una descomunal quijada de burro en la mano. Abel, barbilampiño, blanco, yaciente. Después la literatura, el cine, todo, tiende a desacreditar la muerte aunque proporcionalmente la avale si la suministra el héroe. Fíjense en que el villano mata sin contenciones, sin límites. En cambio las matanzas del héroe han de justificarse siempre, ética y estéticamente. A la muerte se le ha dado un carácter ultra: o es épica o es vergonzosa.”

 Yo maté a Kennedy. Impresiones, observaciones y memorias de un guardaespaldas. Manuel Vázquez Montalbán.
 

“-Los detectives privados somos los termómetros de la moral establecida, Biscuter. Yo te digo que esta sociedad está podrida. No cree en nada.  
                                                                                                                             
-Sí  jefe.

Biscuter no le daba la razón a Carvalho sólo porque adivinara que estaba borracho, sino porque siempre estaba dispuesto a admitir catástrofes.

-Tres meses sin comernos un rosco. Ni un marido que busque a su mujer. Ni un padre que busque a su hija.  Ni un cabrón que quiera la evidencia del adulterio de su mujer. ¿Es que ya no se fugan las mujeres de casa? ¿Ni las muchachas? Sí,  Biscuter. Más que nunca. Pero hoy a sus maridos y a sus padres les importa un huevo que se fuguen. ¿No queríais la democracia?

-A mí me daba igual, jefe.”

Los mares del sur.  Manuel Vázquez Montalbán.
 

 
Aparte de sus artículos en El País no había leído nada de Manuel Vázquez Montalbán y tenía ganas de solucionarlo. Encontré en la biblioteca del barrio Yo maté a Kennedy y Los mares del sur. Yo maté a Kennedy es la primera novela en la que aparece el personaje de  Pepe Carvalho, el detective privado más famoso de la ficción española y protagonista de las quince novelas de la serie. La novela se publicó en 1972 y tuvo que ser una rareza en el panorama literario español de aquellos años, todavía hoy resulta una novela extraña, experimental, alejada del hilo argumental convencional, a caballo entre la novela negra, la ciencia ficción y la crítica política y social. Vázquez Montalbán se despacha a gusto con la izquierda burguesa y con la aburguesada, a las que saca los colores repasando los lugares comunes de su educación moral, sentimental y política.  Los Kennedy viven en un palacio imaginario en el que Pepe Carvalho trabaja como guardaespaldas y (como señala el subtítulo de la novela) desde el que nos cuenta  sus “Impresiones, observaciones y memorias”.

Pepe Carvalho es un antiguo militante del Partido Comunista nacido en Galicia, su activismo antifranquista  le llevó a la cárcel, pero  con los años el desencanto  le hace  dejar la militancia política y trabajar para la CIA.  Carvalho es un tipo culto,  viajado, contradictorio  y sibarita al que le gusta disfrutar de los placeres de la vida, un tipo  que cada día enciende la chimenea de su casa con un libro de su bien nutrida biblioteca.  Este  detective no tiene nada que ver con otros que nos ha dado la ficción nacional y que están entre mis favoritos, nada que ver con el Toni Romano de Juan Madrid o con el Germán Areta que protagoniza los cracks  de Garci, tipos más castizos,  ex policías que han leído poco o nada, que comen de plato combinado o menú del día  y que apenas tienen conciencia política.

Los mares del sur (dicen que la mejor de la serie)  transcurre en Barcelona  durante los años de la transición. Carvalho es detective privado e investiga por encargo el asesinato de un importante empresario. Esta es una novela mucho más  directa y legible que la primera de la saga, una novela dirigida al gran público que consiguió un gran éxito de crítica y gran número de lectores,  ganó el Premio Planeta en 1979. A través de las andanzas del peculiar detective  por  los ambientes de la alta burguesía y del arrabal,  el escritor barcelonés  ofrece al lector un fresco sobre la vida política y social de aquellos años. Vázquez Montalbán era un escritor de izquierdas que escribió siempre sus artículos, ensayos y novelas desde una perspectiva de izquierdas, pero siempre lo hizo con espíritu crítico, eso que se echa tanto de menos en algunos autoproclamados escritores comprometidos que escriben con el logo del partido  bien visible en la solapa.

Dicen que la obra de Vázquez Montalbán es imprescindible para entender nuestra historia reciente, el franquismo, la transición y la evolución de la democracia.  Yo he disfrutado mucho de estas dos novelas, así que  no perderé de vista a Vázquez Montalbán, seguiré buscando y leyendo sus novelas y sus ensayos. Tenían razón los que llevaban años recomendándomelo. 

Dejo por aquí el programa que dedicó Televisión Española al escritor catalán a raíz del décimo aniversario de su muerte. 

Saludos cordiales.
 


-Los libros de Vázquez Montalbán suelen habitar en bibliotecas públicas, donde es fácil que encontréis la serie completa de Carvalho editada por planeta y otras obras del autor.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Historias del ring

El de la foto es Emile Griffit, uno de los mejores boxeadores de la historia. El 24 de Marzo de 1962, en el Madison Square Garden de Nueva York, Griffit se enfrentó al cubano Bennie Paret por el título mundial del peso wélter.  El combate  creó gran expectación y fue televisado  en todo el país. En el duodécimo asalto Griffit arrinconó a Paret  y le propinó  29 golpes seguidos, los últimos 18 en menos de 7 segundos y sin recibir respuesta.  El árbitro cometió el peor error de su carrera al no  parar el combate,  el entrenador del cubano también se equivocó al no tirar la toalla. Paret cayó a la lona como un fardo, entró en coma y murió diez días después.  Griffit ganó el título de campeón del mundo del peso wélter.
 
 
La muerte de Paret causó un gran revuelo en Estados Unidos.   El gobernador de Nueva York  creó una comisión para investigar  la pelea y el boxeo en general.  El árbitro no volvió a dirigir un combate, y la cadena NBC dejó de transmitir combates en directo. Una nube de sospecha y de prejuicios se cernió sobre el boxeo durante años. Tiempo  después se supo que durante el pesaje previo al combate, Paret había llamado “maricón” a Griffit, que llevaba años intentando ocultar su homosexualidad  llevando una doble vida, intentando ocultar su condición sexual en un deporte en el que la hombría estaba por encima de toda duda. En aquellos años y en aquel deporte, salir del armario era ciencia ficción.   Griffit reconoció que  subió al ring muy cabreado, encendido por el insulto,  cuando en el duodécimo encontró la oportunidad y el hueco, descargó su ira contra el cubano.  Emile  Griffit no volvió a ser el mismo después de aquel combate, ni en lo personal ni en lo deportivo, boxeaba con miedo, con miedo a pegar demasiado fuerte, pensó en retirarse, pero solo sabía ganarse la vida con los puños. Años después de aquella pelea,  tras  haber recibido una brutal paliza de manos  de unos  pandilleros a la salida de un bar gay, confesó ser bisexual. La intransigencia moral de la puritana sociedad estadounidense siempre le persiguió.
 En su biografía  declaró:
“Sigo pensando qué extraño es todo. Maté a un hombre y la mayoría de la gente lo entiende y me perdona. Sin embargo, amo un hombre y para mucha gente eso es un pecado imperdonable que me convierte en una mala persona. Nunca fui a la cárcel, pero he estado preso casi toda mi vida”.
Griffit pasó sus últimos años entre la pobreza y la demencia  provocada por los golpes, sobreviviendo gracias a un subsidio del Consejo Mundial de Boxeo, murió en junio de este año sin saber quién era. A pesar de su palmarés  (logró cinco títulos mundiales)  siempre será recordado por matar a un hombre en el ring y por ser el boxeador gay.
La historia de Griffit  parece un argumento sólido para los que opinan que el boxeo es una salvajada, para los que  afirman que es un deporte violento que invita a la violencia y todo lo demás. A mí el boxeo me gusta mucho, de hecho es el único deporte que me gusta, pero entiendo que haya gente a la que le provoque rechazo. Al fin y al cabo el boxeo consiste en darse de hostias,  por muchas normas, mucha técnica y mucha estrategia  que le pongamos a la cosa, por mucho que un combate de boxeo requiera tanto esfuerzo intelectual  como físico. En cuanto a la violencia yo creo que hay más violencia en otros deportes más tolerados, violencia menos explícita claro, violencia verbal, violencia gestual e incluso racismo.  En ningún deporte he encontrado más respeto por el rival que en el boxeo ¿qué paradoja verdad?, ahí está parte de lo que me embruja del pugilismo. Luego está la épica del arrabal, lo de buscarse un hueco y perseguir el éxito a fuerza de puños. El boxeo siempre ha sido un deporte de pobres en el que además de por el éxito se pelea por la supervivencia y por conseguir un sueño.  Nadie que pueda estudiar ingeniería se hace boxeador.

 Alomejor tienen razón los detractores  del boxeo y ni siquiera es un deporte, el deporte siempre lleva implícito un componente lúdico, y a boxear como profesional no se juega, se juega al fútbol, al golf, o al tenis.  Ya lo he dicho aquí en alguna ocasión, creo que el boxeo es el deporte más duro que existe, y el más noble,  más que el fútbol, más que el tenis, y más que la fórmula1, incluso más que el ciclismo o el atletismo. Ser campeón del mundo de boxeo es más duro y más difícil que serlo de tenis, de fútbol o de motociclismo. Alomejor el rechazo hacia el boxeo y la semiclandestinidad que sufre en algunos países como el nuestro tienen que ver con ese rechazo a la violencia que se ve,  tan extendido en estos tiempos, con esa alergia a la crudeza. Y también, posiblemente, el rechazo hacia el boxeo tenga que ver con su origen marginal y arrabalero, y con esa otra tendencia también tan de estos tiempos, de esconder y edulcorar todo lo que tenga que ver con la miseria, con la crudeza y con la pobreza.
 
Viendo el documental  sobre Griffit titulado Ring of Fire, y leyendo sobre su triste final, me he acordado de ese maravilloso relato  que  Julio Cortázar (gran aficionado al boxeo) dedicó al popular boxeador argentino Justo Suárez y en el que a modo de monólogo interior, Cortázar narra el pensamiento del boxeador, que relata su ascenso y su caída. Os dejo por aquí algún fragmento y recomiendo su lectura completa.  Igualmente os recomiendo que no perdáis de vista el documental que comparto por aquí y que me ha gustado tanto como When We Were Kings (Cuando éramos reyes) de Leon Gast.
"Todos dijeron que me hubiera convenido, que hice la gran macana de levantarme a los dos segundos, cabrero como la gran flauta. Tienen razón si me quedo hasta los ocho no me agarra tan mal el rubio.(...) Me agarró en frío el maula. Pobre patrón, no quería creer. Con qué bronca me levanté. Ni sentía las piernas, me lo quería comer ahí nomás. Mala suerte pibe. Todo el mundo cobra a la final. La noche del Tani, te acordás pobre Tani, qué biaba. Se veía que el Tani estaba de vuelta. Guapo el indio, me sacudía con todo, dale que va, arriba, abajo. No me hacía nada, pobre Tani. Y eso que cuando le fui a saludar al rincón me dolía bastante la cara, al fin y al cabo me arrimó una buena leñada. Pobre Tani, vos sabés que me miró, yo le puse el guante en la cabeza y me reía de contento, no me quería reir, te imaginás que no era de él, pobre pibe. Me miró apenas, pero me hizo no sé qué. Todos me agarraban, pibe lindo, pibe macho, ah criollo, y el Tani quieto entro los de él, más chatos que cinco´e queso. Pobre Tani. Por qué me acuerdo de él, decime un poco. A lo mejor yo lo miré así al rubio esa noche. (...) Vos crees que tenés la cara de fierro, y en eso te la hacen sonar de una piña. Qué fierro ni qué ocho cuartos."
Julio Cortázar. Torito. "Torito" forma parte del libro de relatos "Final de juego".Relato completo     
Saludos cordiales.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Thomas Bernhard, la fiebre continúa

 
"Venimos de un mundo que se nos da pero que no ha sido preparado para nosotros, y tenemos que enfrentarnos con este mundo, si no nos enfrentamos con este mundo, perecemos, pero si no perecemos, porque nuestra naturaleza es como sea, tenemos que cuidar de hacer de ese mundo que se nos ha dado y no ha sido preparado a favor de nosotros ni para nosotros, y que es un mundo que, en todo caso, porque ha sido hecho por nuestros predecesores, quiere atacarnos y destruirnos, y en último extremo, aniquilarnos, ese mundo no se propone hacer otra cosa con nosotros, un mundo de acuerdo con nuestras ideas, y una y otra vez intentar cambiar ese mundo de acuerdo con nuestras ideas, primero en segundo plano, de forma poco aparente, pero luego con toda la fuerza y de una forma totalmente clara, de modo que, al cabo de cierto tiempo, podamos decir que, vivimos en nuestro mundo, no en el que se nos ha dado, que es siempre un mundo que no nos concierne, que nos destruye y nos aniquila."
 
"En las escuelas se difunde siempre la misma materia rancia que destruye el intelecto y destruye el ánimo del que aprende, del que estudia, de forma consecuente nos convierten en las escuelas en hombres desesperados que no salen ya de su desesperación, así Roithamer, entramos en la escuela para ser destruidos en esa escuela, aniquilados en la Historia, así Roithamer, las matemáticas nos aniquilan, la antinaturaleza de la escuela nos aniquila, así Roithamer, no nos reponemos más de la escuela cuando dejamos la escuela, no importa qué escuela, estamos marcados por la escuela, lo que quiere decir que estamos destruidos, así Roithamer. Sólo entramos siempre en una escuela para ser aniquilados, las escuelas son gigantescos establecimientos de aniquilación, en los que quienes buscan ayuda son aniquilados, pero el Estado tiene sus buenas razones para subvencionar las escuelas" 
 
Corrección. Thomas Bernhard.
 
 
 
Tropezarme con la literatura de Thomas Bernhard ha sido como tropezar con un tío por la calle que empieza a increparte señalándote con el dedo, el tipo incluso se atreve a acercarse y a clavarte el índice en la pechera mientras te habla con vehemencia, con agresividad casi, de lo cruda que es la vida y de lo mal que está montado este tinglado que llamamos mundo en el que nos han parido sin pedirnos permiso. Te quedas un poco a cuadros, el tipo resulta molesto, molesta su contundencia a la hora de hablarte,  molesta el dedo clavándose en tu pecho, molesta lo que dice y su tono provocador,  pero en lugar de mandarle al carajo e invitarle a que se meta el dedo por donde termina la espalda, te quedas clavado en el sitio escuchándole, embrujado por la musicalidad de esas palabras llenas de sarcasmo e ironía, por la carga de verdad que contienen y por la certeza de las mismas al tratar de las cosas que nos pasan a los  hombres. De Thomas Bernhard uno sale rebotado o se queda, su prosa enrevesada y su manera de abordar la condición humana no dan lugar al término medio, o sales por patas, o te quedas. Yo me quedo.

En España, los que no sabemos alemán, podemos leer a Bernhard gracias al excelente traductor de autores alemanes Miguel Sáenz  que lleva traduciendo sus libros desde 1981. En la anterior entrada dedicada a Bernhard se me olvidó mencionarle, y creo que es de justicia hacerlo.
 

lunes, 28 de octubre de 2013

El samurái

 
El silencio de un hombre (Le Samouraï). Jean-Pierre Melville. 1967.
 
 
Un plano fijo muestra una habitación en penumbra escuetamente amueblada: una cama, un sillón, un armario y una mesa en la que hay una jaula con un canario. El tráfico de la calle, el chasquido de un encendedor  y  el cantar del pajarillo rompen el silencio de la estancia, un hombre fuma tumbado en la cama. Van apareciendo los títulos de crédito,  después una cita:
“La profunda soledad de un samurái solo es comparable a la de un tigre en la jungla”. El bushido. Libro de los samuráis.
La cámara hace unos leves movimientos extraños sin perder el encuadre, arriba y abajo, alante y atrás, muy suaves.  Cambia el plano y el hombre aparece sentado en la cama vestido con un traje impecable, juguetea con la mitad de un fajo de billetes, se levanta, saluda con un gesto al pajarillo y se dirige hasta un perchero del que descuelga una gabardina y un Fedora que se coloca cuidadosamente frente a un espejo, abre la puerta, baja las escaleras del edificio y sale a las calles de París.
Así arranca El silencio de un hombre (Le samouraï), la película que escribió y dirigió el director francés Jean- Pierre Melville y que se estrenó en 1967. Este Neo noir cuenta la historia de Jeff Costello (Alain Delon), un asesino a sueldo que vive solo en un pequeño apartamento de París del que solo sale para matar, para visitar a su amante que además de hacerle el amor le facilita las coartadas, y para jugar al póquer hasta el amanecer en habitaciones de hotel en las que nadie conoce a nadie.  De Jeff Costello solo sabemos que es el mejor sicario del hampa parisina y que sigue su particular código de honor y de silencio, siempre cumple y siempre calla. En las buenas películas negras nunca sabemos mucho de sus protagonistas, suele ser gente oscura y desilusionada, no sabemos  muy bien a  qué se dedicaban antes de ser asesinos a sueldo, detectives privados, timadores,  atracadores de bancos o contrabandistas, casi nunca sabemos lo que hacían antes de la guerra que partió sus vidas por la mitad.

Cuando vemos cine negro casi siempre nos ponemos del lado de los malos, es curioso, cruzamos los dedos para que no salte la alarma en pleno atraco, para que no aparezca la pasma y los meta a todos  en chirona. Siempre que veo  El silencio de un hombre cruzo los dedos para que no identifiquen a Jeff Costello en la rueda de reconocimiento, la pianista del garito al que Costello ha ido a matar por encargo a un gánster le ha visto salir del despacho del gánster ya fiambre.  Memorable la secuencia de la rueda de reconocimiento, Melville sabía lo que hacía. El silencio de un hombre es una de mis películas de cine negro favoritas, vale que es en color, que es francesa y  del 67,  pero para mí es tan negra y tan buena  como  las del período clásico de Hollywood, a las que Melville homenajea claramente. Creo que el encanto de la película está en ese homenaje al período clásico americano aliñado con el moderno  toque francés. La película se sostiene en un buen guión y en un maravilloso uso de la cámara; travellings, planos y contraplanos, picados y contrapicados, y planos secuencia  magistrales se suceden a lo largo de todo el metraje. Como en todo film-noir que se precie la cuidad (en este caso París) es un personaje más, las escenas en el metro y en las calles no tienen desperdicio. Alain Delon se come la cámara con patatas fritas   y los secundarios están a la altura, especialmente  el inspector de policía que hace un papelón, y  también las chicas claro, la amante y la pianista del cabaret. Qué guapas siempre las mujeres del cine negro, qué modernas y sofisticadas, siempre adelantadas a su tiempo.

No recuerdo ahora quién decía que las mujeres del período clásico del cine negro habían hecho más por la liberación de la mujer que Simone de Beauvoir y el movimiento feminista, no sé…, lo cierto es que las mujeres del noir, las femmes fatales de los años  40 y 50 eran mujeres emancipadas que vivían solas, mujeres que no tenían ningún interés por tener hijos o por formar una familia, mujeres que no tenían ninguna nostalgia del hogar convencional, mujeres que hacían encaje de bolillos con los hombres. Incluso vistas hoy, esas mujeres son modernas. 

He disfrutado mucho de esta nueva revisión de El samurai, no dejéis  de ver este canto a  la soledad, minimalista y desarraigado. Melville tiene otro noir estupendo, este en blanco y negro y del 56, Bob, el jugador (Bob le flambeur) se titula, una maravilla. Y es que Melville es uno de los precursores  del cine negro francés o del polar francés que es como suelen llamarlo, y tiene varios noirs estupendos que filmó entre los años 50 y los 70, no perdáis de vista sus películas.  

Por cierto,  he revisado El samurái gracias al blog de imágenes de Rafa Morata,  uno de los primeros blogs que seguí cuando empecé en blogger, lo seguí en su primera versión Parcelas de cine y en la actual Celuloide de paso.  En este sitio he recordado películas que llevaba años sin ver y he descubierto auténticas joyas del Séptimo Arte de las que nada sabía.  Aparte de seleccionar imágenes de películas Rafa sabe darle a la tecla, lo podéis comprobar en El cine por delante.

Saludos cordiales.




 
 
 

lunes, 21 de octubre de 2013

Marsé

"Hay apodos que ilustran no solamente una manera de vivir, sino también la naturaleza social del mundo en que uno vive.
La noche del 23 de junio de 1956, verbena de San Juan, el llamado Pijoaparte surgió de las sombras de su barrio vestido con un flamante traje de verano color canela; bajó caminando por la carretera del Carmelo hasta la plaza Sanllehy, saltó sobre la primera motocicleta que vio estacionada y que ofrecía ciertas garantías de impunidad (no para robarla, esta vez, sino simplemente para servirse de ella y abandonarla cuando ya no la necesitara) y se lanzó a toda velocidad por las calles hacia Montjuich. Su intención, esa noche, era ir al Pueblo Español, a cuya verbena acudían extranjeras, pero a mitad de camino cambió repentinamente de idea y se dirigió hacia la barriada de San Gervasio. Con el motor en ralentí, respirando la fragante noche de junio cargada de vagas promesas, recorrió calles desiertas, flanqueadas de verjas y jardines, hasta que decidió abandonar la motocicleta y fumar un cigarrillo recostado en el guardabarros de un formidable coche sport parado frente a una torre. En el metal rutilante de la carrocería, sobre un espejismo de luces deslizantes, se reflejó su rostro melancólico y adusto, de mirada grave y piel cetrina, mientras la suave música de un fox acariciaba su imaginación; enfrente, en un jardín particular adornado con farolillos y guirnaldas de papel, se celebra una verbena."
 
Últimas tardes con Teresa. Juan Marsé.


Llevo una temporada recordando y releyendo a ratos las primeras novelas de adulto que leí, los primeros "libros serios" a los que me acerqué después de iniciarme con los tebeos de joyas literarias y las ediciones juveniles en esto de la literatura. Cuando leí esta novela por primera vez yo tendría diecisiete años, y recuerdo que envidié la vida al margen del Pijoaparte, ese ladrón de motos capaz de hacerse pasar por militante obrero para seducir a Teresa,  una pija universitaria con nostalgia de arrabal  que juega a la revolución. He leído prácticamente todo de Juan Marsé, incluida su última novela Caligrafía de los sueños que es estupenda, pero esta es mi favorita del escritor barcelonés, le tengo un cariño especial. Los que nunca hayan leído a Marsé y su Últimas tardes con Teresa son gente suertuda, porque es un regalo para cualquier amante de la literatura acercarse a este libro por primera vez ¿A que cuesta dejar de leer después de semejante arranque?.
 
  
                        

miércoles, 16 de octubre de 2013

A capa y espada

Ya  he hablado aquí de mi afición a rebuscar en los cajones de los quioscos de prensa a los que van a parar los deuvedés de esas colecciones que pocos empiezan y casi nadie acaba. En estos cajones he encontrado auténticas joyitas a precios de saldo.  Cuando fui el domingo a por la prensa al quiosco del barrio,  Rafa el quiosquero, que ya me tiene calado me dijo "tengo género nuevo" y allá que fui a rebuscar un rato. El arrebusque surtió efecto, hubo premio, apareció por allí llena de polvo  Los duelistas (The Duellists) la ópera prima con la que Ridley Scott sorprendió en 1977. Vi la película en un pase por televisión hace unos años y me encantó. Antes de ver Los duelistas yo pensaba que la mejor película de época que se había rodado jamás era Barry Lyndon de Stanley Kubrick, que pocas o ninguna estaban a su altura o se le acercaban siquiera, cuando vi Los duelistas empecé a tener dudas. Y es que Los duelistas tiene poco que envidiar a Barry Lyndon. Curiosamente The Duellists es hija de la cinta que Kubrick dedicó al siglo  XVIII. Ridley Scott reconoció abiertamente haber querido emular al maestro Kubrick y a su obra maestra con su primera película, y vaya si lo consiguió.

 
Los duelistas (The Duellists). Ridley Scott. 1977.

 





A principios del siglo XIX   Armand Hubert (Keith Carradine) y Gabriel Feraud (Harvey Keitel) dos tenientes de húsares del ejército de Napoleón entran en conflicto y se baten en duelo. Ambos contendientes se enfrentan en diferentes ocasiones, pero Feraud,  al que le gusta más un duelo que a mí un tercio de mahou cinco frío, nunca queda satisfecho  y siempre busca a Hubert para batirse de nuevo. Todo esto ocurre a lo largo de quince años en el contexto de las guerras napoleónicas. Contexto histórico  que Ridley Scott recrea de manera magistral gracias a una fotografía, una iluminación y un vestuario espectaculares, un guión bastante sólido (basado en la novela de Joseph Conrad) y un elenco actoral estupendo. Un peliculón que recomiendo ver o rever a cualquier aficionado a la magia del cacharro de los Lumiére.  Por aquí os dejo un aperitivo.

 
 
 
 
 
 

lunes, 14 de octubre de 2013

Thomas Bernhard, el aguafiestas.

 
 
 
"En casa, yo insinuaba lo que veía, pero como siempre, cuando se comunica a las personas algo horroroso y algo espantoso y algo inhumano y algo totalmente atroz, no me creían, no querían oírlo y calificaban de mentira, como han hecho siempre, la espantosa verdad. Pero no hay que  cesar de decirles la verdad, y las observaciones horrorosas y espantosas que se hacen no deben callarse en ningún caso ni tampoco falsificarse siquiera. Mi tarea sólo puede ser comunicar mis observaciones, da igual cuál sea su efecto, siempre las observaciones que me parezcan dignas de ser comunicadas, contar lo que veo, o lo que, en mi recuerdo, veo todavía hoy cuando, como ahora, miro treinta años atrás, muchas cosas no están ya claras, otras están supernítidas, como si hubieran ocurrido ayer. Para salvarse, aquellos a los que se habla no creen, y a menudo no creen ni lo más natural. El hombre no se deja aguar la fiesta por el aguafiestas. Durante toda mi vida he sido uno de esos aguafiestas, como me calificaban siempre mis parientes; ya mi madre, hasta donde puedo recordar, me llamaba aguafiestas, mi tutor, mis hermanos, siempre fui un aguafiestas, con cada aliento, con cada línea que escribo. Mi existencia, durante toda mi vida, ha molestado siempre. Siempre he molestado, y siempre he irritado. Toda mi vida como existencia no es otra cosa que un molestar y un irritar ininterrumpidos. Al llamar la atención sobre hechos que molestan e irritan. Unos dejan a las personas en paz, y otros, y entre esos otros me encuentro, molestan e irritan."

Thomas Bernhard. El sótano.
 
 
Me habían dicho que leer a Bernhard tenía sus riesgos, que sus libros podían cambiar la vida de las personas que los leían, o al menos, hacerles replanteársela. Por lo que llevo leído de Thomas Bernhard puedo afirmar que es uno de esos escritores que le hacen a uno tambalearse continuamente, sus párrafos son cañonazos que destrozan verdades asumidas, tópicos y lugares comunes. La libertad de Bernhard para afirmar ciertas cosas asombra, sobre todo en estos tiempos en los que la cultura del eufemismo y  la corrección política se ha impuesto llegando a niveles casi dictatoriales. El miedo a ofender se ha convertido en una obsesión que hace que se evite, cayendo en la ridiculez y en el absurdo, llamar a las cosas por su nombre. Otra alergia de nuestro tiempo que señala Bernhard  es la alergia a las crudas realidades, a las verdades incómodas, la costumbre de no querer ver, de mirar hacia otro lado,  de edulcorar la realidad o evitarla  cuando duele o molesta. Para confirmar esto solo hay que ver en lo que se han convertido los informativos que se emiten en televisión: programas de variedades en los que se mezcla y se confunde todo; fútbol, actualidad política, moda, guerras, alta cocina, miseria, ricos y famosos, crisis económica e información meteorológica; en  invierno hace frío, en verano hace calor, en otoño llueve,  y en primavera hay polen por un tubo,  qué notición.  La montonera superficial con la que nos chorrean los informativos, tapa y disimula la información verdaderamente importante. Curiosamente este mismo sábado he sido una vez más testigo y víctima de esta tendencia a la banalización de nuestros medios de comunicación, en este caso de nuestra televisión pública, que ha mandado a las catacumbas de la franja horaria televisiva Informe semanal (de las derivas de la cadena pública en función del gobierno de turno hablamos otro día), para colocar un concurso de aspirantes a David Bisbal y así competir en horario de máxima audiencia con los programas de telecaca de algunas televisiones privadas. La cultura del entretenimiento es lo que tiene, que es muy entretenida, primero divertir y ya veremos cuándo y cómo informamos, es el lema de estos tiempos "Divertirse hasta morir".  Como dice Thomas Bernhard "El hombre no se deja aguar la fiesta por el aguafiestas”. Así nos va  claro.
 
He empezado con los relatos autobiográficos de Bernhard: El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño,  me los terminé anoche y cuando apagué la luz me costó conciliar el sueño. En estos días dedicados a Bernhard no he dejado de pensar en Bernhard y en lo que he leído en los libros de Bernhard. Desde hoy pongo a los libros de Thomas  Bernhard en busca y captura, los buscaré en las bibliotecas públicas, en las librerías, en las tiendas de libros de segunda mano y debajo de las piedras. Ya tengo Corrección esperándome en la mesilla, me pondré con él en cuanto publique esta entrada.
 
 
 
 
Thomas Bernhard nació en Heerlen (Países Bajos) en 1931. Su infancia y su adolescencia estuvieron marcadas por  carencias económicas y afectivas  y por  la mala salud.  Bernhard fue un enfermo durante toda su vida. Su abuelo, con el que mantiene una estrecha relación, le inculca la afición por la literatura y la música. A los once años ingresa en un internado en Salzburgo, donde permanece desde 1942 hasta 1947 y en el que sufre los estragos de la educación nacional socialista durante la guerra y los de la educación católica durante la posguerra. En 1947, con dieciséis años, horrorizado y asqueado de los métodos de enseñanza de aquel sórdido colegio toma una decisión radical, camino del internado decide dejar los estudios,  da la vuelta,  acude a una oficina de empleo y se ofrece para trabajar de aprendiz en una tienda de alimentación del barrio más pobre de la ciudad. Esta actitud de ir a contracorriente, “en la dirección opuesta” (frase muy repetida en sus relatos autobiográficos) será una constante en su vida. El trato con las gentes sencillas y el pueblo llano, el contacto con el arrabal, será una experiencia esclarecedora para él. Poco después enferma de una pleuresía y pasa años dando tumbos por sanatorios y hospitales. En 1955 se traslada a Viena con una beca para estudiar música pero finalmente se decide por el teatro, realiza diferentes trabajos de subsistencia, desde cuidador de ancianos a conductor de camión. Comienza a viajar y a escribir poemas, novelas y obras de teatro, empieza a ser conocido, llegan los premios, las  polémicas, los insultos, y los procesos judiciales. En Austria era más famoso por sus polémicas que por sus obras. Se traslada a una pequeña aldea  y vive en un enorme caserío reconstruido por él, allí lleva una vida de eremita. Llega la fama, el reconocimiento y la aceptación. Su salud empeora día a día y cada vez tiene más problemas para poder escribir. En 1989 muere en su piso de Gmunden, Alta Austria, donde se había trasladado en 1965. Su muerte coincide con su consagración como escritor y con el reconocimiento internacional de su obra por  parte incluso de los sectores más conservadores. En su testamento Bernhard sigue aguando la fiesta al personal, prohibe publicar editar y leer públicamente su obra en Austria, país al que ama y odia a partes iguales.
 
Bernhard fue un tocapelotas, una mosca cojonera y un aguafiestas (como el mismo se definía) que escribió sin tapujos sobre el ser humano,  la religión, la política, la educación, la familia, la muerte y otros temas de nuestro tiempo y de todos los tiempos.  Es cierto que exagera,  pero en esa exageración, en esa vehemencia, en  esa provocación deliberada,  se hacen evidentes  las  verdades incómodas que nos empeñamos en ignorar y esconder. Bernhard era libre e independiente, y no se subía  al carro de las indignaciones dirigidas,  las disidencias de moda  o las batallas de partido. No dependía de ningún pesebre para sobrevivir y eso se nota en su literatura. El mérito de Bernhard no está solo en que sus libros provocan y remueven conciencias, también en su estilo, en su prosa adictiva y maravillosa. 
 
 
 
- Thomas Bernhard. Relatos autobiográficos. Anagrama. 2009. 20 euros. 489 páginas.
- Lo libros de Thomas Bernhard son fáciles de encontrar en bibliotecas públicas. Las novelas o relatos autobiográficos mencionados se recogen en la edición que Anagrama publicó en 2009. Antes, la misma editorial publicó estas novelas por separado. Recomiendo la edición de 2009 que los recoge todos juntos.  
 
 

lunes, 7 de octubre de 2013

El cine y los perdedores

Veredicto final (The Verdict). Sidney Lumet. 1982.


Frank (Paul Newman) es un abogado en horas bajas que desayuna con cerveza y  cena con  whisky, un fracasado, un perdedor y un borracho al que ha abandonado su mujer y  que lleva años sin ganar un caso. Sobrevive a  salto de mata a base de pequeños trabajos. Pero  Frank tiene una virtud que escasea en la profesión y en la vida, es un hombre con principios. Acepta  un caso del que nadie quiere ocuparse: una demanda por  negligencia médica  contra un prestigioso hospital religioso defendido por el bufete de abogados más importante de la ciudad. Esta negligencia médica ha dejado a una joven en estado vegetativo. Veredicto final es uno de los mejores dramas judiciales que yo he visto y la película que más me gusta de Sidney Lumet junto a 12 hombres sin piedad. Creo que en pocas Paul Newman ha estado mejor, y Charlotte Rampling está estupenda.

Inolvidable ese plano que abre la película y que nos muestra a Frank solo en el bar  bebiendo una jarra de cerveza y perdiendo al pinball una bola tras otra. A través de la ventana se deja ver una cruda y fría mañana de invierno. En fin…,los perdedores en el cine, que os voy a contar. Yo soy de los que piensan que Frank acaba cogiendo el teléfono en esa memorable escena final.

Como podéis ver en el vídeo, los perdedores también pueden tener un buen día.


Escena de Veredicto final (Ther Verdict). Sidney Lumet.1982.
from Álvaro Bernal on Vimeo.

Ficha de la película

 
 

sábado, 5 de octubre de 2013

Cortázar

 
 
 
 

"Cuando no se está demasiado seguro de nada, lo mejor es  crearse deberes a manera de flotadores."(...)"Bruno, ese tipo y todos los otros tipos de Camarillo estaban convencidos. ¿De qué, quieres saber? No sé, te juro, pero estaban convencidos. De lo que eran, supongo, de lo que valían, de su diploma. No, no es eso. Algunos eran modestos y no se creían infalibles. Pero hasta el más modesto se sentía seguro. Eso era lo que me crispaba, Bruno, que se sintieran seguros. Seguros de qué, dime un poco, cuando yo, un pobre diablo con más pestes que el demonio debajo de la piel, tenía bastante conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros."(...)"Estoy tan solo como ese gato, y mucho más solo porque lo sé y el no". 

Julio Cortázar. El perseguidor. El perseguidor es un relato publicado en 1959 que forma parte de la colección Las armas secretas.

“Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderán dulcemente hasta calcinarnos.”

Julio Cortázar. Rayuela. Capítulo 73.

"Un escritor de verdad es aquel que tiende el arco a fondo mientras escribe, y después lo cuelga de un clavo y se va a tomar vino con los amigos. La flecha ya anda por el aire y se clavará o no se clavará en el blanco; sólo los imbéciles pueden pretender modificar su trayectoria o correr tras ella para darle empujoncitos suplementarios..."

Julio Cortázar

 

Ayer volví a leer a Cortázar, buscando un libro por casa me tropecé con la antología de relatos del escritor que publicó la Biblioteca Básica Salvat en 1971 y que lleva en mi casa (antes en casa de mis padres) junto a otros ejemplares de esta colección desde que tengo uso de razón. Abrí el libro, busqué el último relato y me lo leí de un tirón . El perseguidor fue lo primero que leí de Cortázar por mediación de un amigo que me preguntó hace muchos años ¿Has leído a Julio Cortázar? yo le dije “no”, “pues soluciónalo ya, empieza con los relatos, léete el primero El perseguidor” me dijo. Llegué a casa agarré la antología de marras y la devoré de cabo a rabo. Desde entonces le estoy agradecido a mi amigo.  Después de leer aquella antología de relatos seguí con otras colecciones de cuentos hasta que llegué a Rayuela. Ayer después de releer El perseguidor estuve brujuleando por Rayuela sin ton ni son, saltando de un capítulo a otro y fijándome en frases y párrafos que tenía subrayados. En Junio se cumplieron 50 años de la publicación de esta "novela".

Cuando se publicó Rayuela (1963) se lió parda en el panorama literario hispanoamericano, fue un pelotazo, lo puso todo patas arriba, adoradores por un lado y críticos feroces por otro: que si la antinovela, que si dónde coño están el argumento el planteamiento  el nudo y el desenlace, que si qué es esa payasada del tablero de dirección, que si a este tío se le ha ido la pinza… Y es que con Rayuela Cortázar se pasó por el forro la novela convencional, a Sthendal Galdós a Tolsotói a Víctor Hugo a todo el realismo del siglo XIX.  Unos pensaban que Rayuela era una gamberrada, una tomadura de pelo, otros que era una obra maestra. El propio Cortázar alimentó la controversia definiendo el libro antes de su publicación: libro infinito, gigantesca humorada, bomba atómica, grito de alerta, el agujero negro de un enorme embudo. La polémica aunque más atenuada continúa hoy día. Creo que los que mejor entendieron Rayuela en su día fueron los que la leyeron siendo muy jóvenes, los que se acercaron a ella sin prejuicios, vírgenes, por decirlo de alguna manera. Y es que antes de leer Rayuela hay que quedarse en pelota picada, y eso es más difícil cuando uno tiene treinta o cuarenta años y ya lleva cientos de libros a cuestas.
 
 Rayuela se publicó en 1963 y muy pronto se convirtió en un icono más de la contracultura en aquellos años del movimiento hippie, la contestación  y el Mayo francés. Volví a leer Rayuela el año pasado y fue como quitarme veinte años de encima, en mi opinión aunque ya se haya convertido en un clásico sigue siendo un libro transgresor, rebelde y contestatario, en el que hay muchos momentos de una narrativa genial, como el arranque del capítulo 73  que comparto aquí arriba. A los que no hayan leído Rayuela les recomendaría leer primero algunos relatos de Cortázar, especialmente El perseguidor. El Johnny de El perseguidor, ese saxofonista inspirado en Charlie Parker, ese loco cuerdo, tiene mucho que ver con el Oliveira de Rayuela, ese bohemio que vagabundea por las calles de París buscando a la Maga. Ah, por cierto! con pocos escritores me he reído tanto como con Cortázar.

Hay un documento muy interesante para quien quiera acercarse a la figura de Cortázar y a su obra, es la entrevista que le hicieron en Televisión Española en 1977, en el programa A Fondo. Muchos ya la conoceréis. No tiene desperdicio. Os la dejo por aquí.

Saludos cordiales.


Entrevista a Julio Cortazar en el programa A Fondo de TVE 1977
compartido por Ivan Wenger en Vimeo.

 

-Alfaguara publicó en 1994 los cuentos completos de Julio Cortázar en tres tomos. Esta edición o las colecciones de relatos por separado suelen campar a sus anchas en bibliotecas municipales igual que Rayuela. De Rayuela recomiendo la edición de Cátedra con prólogo de Andrés Amorós.