Mi hermana ha venido a
casa a llevarse lectura para las vacaciones, hemos hablado de la crisis, de los
planes de verano y de libros mientras bebíamos cerveza helada. Le he
recomendado que se lleve La lluvia de los inocentes una novela de Andrés Ibáñez
que acabo de leer y que trata sobre la vida de una generación, la infancia la
adolescencia y la juventud de los que a mediados de los 80 tenían alrededor de
veinte años. El libro está lleno de referencias musicales, cinematográficas y
literarias. El otro día decía Juancho Armas Marcelo en su artículo del ABC
cultural que esta novela es tan
recomendable que debería ser lectura obligada en todos los institutos de
enseñanza media, pues sí debería. Sé que mi hermana disfrutará de esta novela
tanto o más que yo, porque la generación sobre la que escribe Andrés Ibáñez le
pilla de lleno. Cuando se ha marchado Rocío he seguido pensando en la Lluvia de
los inocentes, y he recordado mi infancia,
mi adolescencia y mi juventud,
las cosas que hice, los libros que leí, las películas que vi, lo que hacíamos
para divertirnos los que ahora tenemos alrededor de cuarenta años. Dicen que la
juventud empieza a los once, y acaba a los veinticinco. A partir de los treinta
se supone que uno ya es mayor, maduro y responsable.
Los de mi quinta tuvimos la suerte de ser niños cuando
todavía no había ordenadores, ni consolas de videojuegos, ni internet. Hablo de
los que en el mundial 82, el de naranjito, teníamos diez años más o menos, los
que no nos acordamos de la muerte de Franco, pero sí del Golpe de Estado, de
Tejero en el Congreso con el tricornio y la pipa en la mano diciendo ¡se
sienten coño!, los que hicimos la EGB, los que íbamos a vivir mejor que nuestros padres y acabaremos
viviendo peor que nuestros abuelos, los que todavía jugamos en la calle a lo de
toda la vida, canicas, chapas, peonza, cromos, rescate, gavilán, churro y gol
regañao. A mí lo que menos me gustaba era el gol regañao, porque siempre he
sido un inútil para los deportes, nadie me quería en su equipo, era al último al
que elegían y nunca tocaba el balón, era bastante humillante, sobre todo cuando
había niñas mirando.
Los recuerdos de mi infancia son los de Jerez de la
Frontera, allí nací y viví hasta los once años, recuerdo los Marianistas, el
barrio de viviendas militares, la base aérea en la que mi padre estaba
destinado, las excursiones a la playa en el escarabajo azul claro en el que
entrábamos los seis, sin cinturones ni sillitas de seguridad, los tebeos de
Joyas literarias y de Hazañas bélicas, los libros de Los cinco, la Biblia
infantil ilustrada, la colección de Julio Verne, y la de Salgari, Mortadelo y
Filemón, El botones sacarino, Pepe Gotera y Otilio chapuzas a domicilio, Zipi y
Zape, Anacleto agente secreto, los payasos de la tele, las películas del oeste o de aventuras que
ponían los Sábados en Primera sesión cuando en la tele sólo había dos canales, El Halcón y la flecha, Raíces Profundas, Robín de los bosques. Cuando
ver una película aunque fuera en la tele era un acontecimiento, la moneda de
cincuenta pelas que mi padre nos daba los domingos para los cuatro, el tang, el primer par de tetas que contemplé en mi
vida viendo en la televisión la famosa escena de la estanquera de esa
maravillosa película de Fellini que se titula Amarcord. A mis padres se les
debieron pasar los dos rombos.
Cuando cumplí once años nos trasladamos a Alcalá de Henares
y hasta hoy, aquí he vivido la adolescencia, la juventud, y esto de ahora que
no sé cómo llamarlo, lo llaman madurez, o edad adulta, pues vale. Los recuerdos
de mi adolescencia son los de la Colonia de Aviación, el barrio de viviendas
militares en el que viví hasta los 28 años, de la colonia recuerdo estar jugando
siempre en la calle, y la calle llena de niños, allí hice los amigos que
conservo hasta hoy. Luego dejamos de jugar y empezamos a interesarnos por otras
cosas claro, las chicas, la música, los cigarros, y la cerveza, yo empecé a
sentir curiosidad por los libros que había por casa, los que había visto leer a
mi padre y veía leer a mis
hermanos, o por la colección de discos , que aparte de música clásica incluía algo de
Jazz y un par de albumes de los Beatles.
A principios de los 80 a lo que más aspiraba un niño era a tener una bici, nosotros organizábamos la
vuelta ciclista a la colonia, con prueba contrarreloj y todo, recuerdo a
Modesto, el encargado, entre otras cosas de mantener el césped en condiciones,
siempre con su manojo de llaves en la mano. Modesto fue una institución para la
chavalería de la colonia, ahora cuando voy por allí a ver a mi madre ya no está
Modesto, el césped ya no está tan verde
y no hay chavales jugando en la calle, los que haya supongo que estarán en casa
jugando con el ordenador o a la wi o como se llame.
Recuerdo lugares, lecturas, música, películas,
vivencias. La laguna, los pinos, la higuera, La historia interminable, beso
atrevimiento verdad, el pozo, las Narraciones extraordinarias de Poe, el
vespino, Rebeldes, los cigarros a escondidas, las primeras salidas por Alcalá, las
chicas, Quadrophenia, los bares de viejos a los que íbamos a beber barato antes
de ir al pub de moda, Bodegas Adán, Los Patos, El Soto, y La Parada, Los Who, las fiestas de la Hípica, La naranja mecánica,
los minis de cerveza, los minis de cubata, El lobo estepario, Los Beatles, las
fiestas del club de suboficiales, el club de subo, que les daban mil vueltas a
las de la Hípica, Siddharta, el DYC con cola cola 350 y el JB con cola 450, el Pispas, el Ya lo ves, la Encomienda, el Vanayá, el Burger
andaluz, Sufre mamón, Sabor de amor, Cadillac solitario, la Disco Hípica, Bailar
pegados era la mejor para arrimarse, la primera vez que fuimos de acampada,
Dinamita pa los pollos, los simpa, Érase
una vez América, las borracheras en el Blues, el Blues era el garito en el que
mejor música ponían, Leed Zeppelin, Janis Joplin, los Rolling, AC/DC, lo que pidieras, las
novelas de Vázquez Figueroa, las películas guarras que alquilábamos en el videoclub, Ginger Lynn, Chichiolina, los cuentos de Borges, las Rimas y leyendas de
Bécquer, la novelas de Delibes, la primera vez que hacías cualquier cosa. Hay
mucho más pero no cabe, además parafraseando a Machado una vez más, en mi
historia (como en la de cualquiera) hay “algunos casos que recordar no quiero”.
Luego la cosa empezó a ser menos divertida, llegaron las responsabilidades, los trabajos,
las hipotecas, los alquileres, las facturas, madurar y hacerse mayor lo llaman, o empezar a
estar de vuelta, una frase que no me gusta nada y que estoy harto de escuchar,
los que creen que están de vuelta, son los que piensan que saben por dónde
pisan, los que creen que van sobre seguro y que ya nada les va a sorprender, como
dice la letra de una canción de Calamaro “la vida es corta pero ancha” y da sorpresas hasta el final. Con
la que está cayendo vamos a empezar a estar todos de ida, y si no al tiempo.
Llevo un buen rato viendo viejas fotos, ojeando cartas y leyendo cosas que escribí hace un montón de años,
mirando hacia atrás.
Ahora estoy en la mitad de mi vida más o menos, la mochila
se seguirá llenando soy optimista y creo que palmaré a los 85 de un infarto
fulminante, de los que te dejan seco, de esos que dicen que ni te enteras,
bueno no lo creo, es lo que me gustaría. Ahora estoy releyendo Rayuela de
Cortázar, y no paro de subrayar frases memorables, estoy disfrutando más de Rayuela ahora
que cuando la leí hace años porque era lo que había que leer. Os apunto aquí un
par de ellas que me han gustado especialmente, y que tienen que ver con esto de
recordar y hacerse mayor.
“A todo el mundo le
pasa igual, la estatua de Jano es un despilfarro inútil, en realidad después de
los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando
desesperadamente hacia atrás.” Julio
Cortázar. Rayuela. Capítulo 21.
“Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es
el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, (...)” Julio Cortázar. Rayuela.
Capítulo 21.