Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

lunes, 23 de julio de 2012

Perdón por la nostalgia

Mi  hermana ha venido a casa a llevarse lectura para las vacaciones, hemos hablado de la crisis, de los planes de verano y de libros mientras bebíamos cerveza helada. Le he recomendado que se lleve La lluvia de los inocentes una novela de Andrés Ibáñez que acabo de leer y que trata sobre la vida de una generación, la infancia la adolescencia y la juventud de los que a mediados de los 80 tenían alrededor de veinte años. El libro está lleno de referencias musicales, cinematográficas y literarias. El otro día decía Juancho Armas Marcelo en su artículo del ABC cultural  que esta novela es tan recomendable que debería ser lectura obligada en todos los institutos de enseñanza media, pues sí debería. Sé que mi hermana disfrutará de esta novela tanto o más que yo, porque la generación sobre la que escribe Andrés Ibáñez le pilla de lleno. Cuando se ha marchado Rocío he seguido pensando en la Lluvia de los inocentes, y he recordado mi infancia,  mi adolescencia y  mi juventud, las cosas que hice, los libros que leí, las películas que vi, lo que hacíamos para divertirnos los que ahora tenemos alrededor de cuarenta años. Dicen que la juventud empieza a los once, y acaba a los veinticinco. A partir de los treinta se supone que uno ya es mayor, maduro y responsable.
Los de mi quinta tuvimos la suerte de ser niños cuando todavía no había ordenadores, ni consolas de videojuegos, ni internet. Hablo de los que en el mundial 82, el de naranjito, teníamos diez años más o menos, los que no nos acordamos de la muerte de Franco, pero sí del Golpe de Estado, de Tejero en el Congreso con el tricornio y la pipa en la mano diciendo ¡se sienten coño!, los que hicimos la EGB, los que íbamos a vivir mejor que nuestros padres y acabaremos viviendo peor que nuestros abuelos, los que todavía jugamos en la calle a lo de toda la vida, canicas, chapas, peonza, cromos, rescate, gavilán, churro y gol regañao. A mí lo que menos me gustaba era el gol regañao, porque siempre he sido un inútil para los deportes, nadie me quería en su equipo, era al último al que elegían y nunca tocaba el balón, era bastante humillante, sobre todo cuando había niñas mirando.
Los recuerdos de mi infancia son los de Jerez de la Frontera, allí nací y viví hasta los once años, recuerdo los Marianistas, el barrio de viviendas militares, la base aérea en la que mi padre estaba destinado, las excursiones a la playa en el escarabajo azul claro en el que entrábamos los seis, sin cinturones ni sillitas de seguridad, los tebeos de Joyas literarias y de Hazañas bélicas, los libros de Los cinco, la Biblia infantil ilustrada, la colección de Julio Verne, y la de Salgari, Mortadelo y Filemón, El botones sacarino, Pepe Gotera y Otilio chapuzas a domicilio, Zipi y Zape, Anacleto agente secreto, los payasos de la tele,  las películas del oeste o de aventuras que ponían los Sábados en Primera sesión cuando en la tele sólo había dos canales, El Halcón y la flecha, Raíces Profundas, Robín de los bosques. Cuando ver una película aunque fuera en la tele era un acontecimiento, la moneda de cincuenta pelas que mi padre nos daba los domingos para los cuatro, el tang,  el primer par de tetas que contemplé en mi vida viendo en la televisión la famosa escena de la estanquera de esa maravillosa película de Fellini que se titula Amarcord. A mis padres se les debieron pasar los dos rombos.
Cuando cumplí once años nos trasladamos a Alcalá de Henares y hasta hoy, aquí he vivido la adolescencia, la juventud, y esto de ahora que no sé cómo llamarlo, lo llaman madurez, o edad adulta, pues vale. Los recuerdos de mi adolescencia son los de la Colonia de Aviación, el barrio de viviendas militares en el que viví hasta los 28 años, de la colonia recuerdo estar jugando siempre en la calle, y la calle llena de niños, allí hice los amigos que conservo hasta hoy. Luego dejamos de jugar y empezamos a interesarnos por otras cosas claro, las chicas, la música, los cigarros, y la cerveza, yo empecé a sentir curiosidad por los libros que había por casa, los que había visto leer a mi padre y  veía leer a mis hermanos, o por la colección de discos , que aparte de música clásica incluía algo de Jazz y un par de albumes de los Beatles.

A principios de los 80 a lo que más aspiraba un niño era a tener una bici, nosotros organizábamos la vuelta ciclista a la colonia, con prueba contrarreloj y todo, recuerdo a Modesto, el encargado, entre otras cosas de mantener el césped en condiciones, siempre con su manojo de llaves en la mano. Modesto fue una institución para la chavalería de la colonia, ahora cuando voy por allí a ver a mi madre ya no está Modesto,  el césped ya no está tan verde y no hay chavales jugando en la calle, los que haya supongo que estarán en casa jugando con el ordenador o a la wi o como se llame.
Recuerdo lugares, lecturas, música, películas, vivencias. La laguna, los pinos, la higuera, La historia interminable, beso atrevimiento verdad, el pozo, las Narraciones extraordinarias de Poe, el vespino, Rebeldes, los cigarros a escondidas, las primeras salidas por Alcalá, las chicas, Quadrophenia, los bares de viejos a los que íbamos a beber barato antes de ir al pub de moda, Bodegas Adán, Los Patos, El Soto, y La Parada, Los Who,  las fiestas de la Hípica, La naranja mecánica, los minis de cerveza, los minis de cubata, El lobo estepario, Los Beatles, las fiestas del club de suboficiales, el club de subo, que les daban mil vueltas a las de la Hípica, Siddharta, el DYC con cola cola 350 y el JB con cola 450, el Pispas, el Ya lo ves, la Encomienda, el Vanayá, el Burger andaluz, Sufre mamón, Sabor de amor, Cadillac solitario, la Disco Hípica, Bailar pegados era la mejor para arrimarse, la primera vez que fuimos de acampada, Dinamita pa los pollos, los simpa,  Érase una vez América, las borracheras en el Blues, el Blues era el garito en el que mejor música ponían, Leed Zeppelin, Janis Joplin, los Rolling, AC/DC, lo que pidieras, las novelas de Vázquez Figueroa, las películas guarras que alquilábamos en el videoclub, Ginger Lynn, Chichiolina, los cuentos de Borges, las Rimas y leyendas de Bécquer, la novelas de Delibes, la primera vez que hacías cualquier cosa. Hay mucho más pero no cabe, además parafraseando a Machado una vez más, en mi historia (como en la de cualquiera) hay “algunos casos que recordar no quiero”.
Luego la cosa empezó a ser menos divertida,  llegaron las responsabilidades, los trabajos, las hipotecas, los alquileres, las facturas,  madurar y hacerse mayor lo llaman, o empezar a estar de vuelta, una frase que no me gusta nada y que estoy harto de escuchar, los que creen que están de vuelta, son los que piensan que saben por dónde pisan, los que creen que van sobre seguro y que ya nada les va a sorprender, como dice la letra de una canción de Calamaro “la vida es corta  pero ancha” y da sorpresas hasta el final. Con la que está cayendo vamos a empezar a estar todos de ida, y si no al tiempo. Llevo un buen rato viendo viejas fotos, ojeando cartas y leyendo  cosas que escribí hace un montón de años, mirando hacia atrás.
Ahora estoy en la mitad de mi vida más o menos, la mochila se seguirá llenando soy optimista y creo que palmaré a los 85 de un infarto fulminante, de los que te dejan seco, de esos que dicen que ni te enteras, bueno no lo creo, es lo que me gustaría. Ahora estoy releyendo Rayuela de Cortázar, y no paro de subrayar frases memorables, estoy disfrutando más de Rayuela ahora que cuando la leí hace años porque era lo que había que leer. Os apunto aquí un par de ellas que me han gustado especialmente, y que tienen que ver con esto de recordar y hacerse mayor.
 “A todo el mundo le pasa igual, la estatua de Jano es un despilfarro inútil, en realidad después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente hacia atrás.”  Julio Cortázar. Rayuela. Capítulo 21.
“Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, (...)” Julio Cortázar. Rayuela. Capítulo 21.

martes, 10 de julio de 2012

Españoladas

La última vez que estuve en la filmoteca fui a ver una de John Ford que ponían en la sesión de las diez. Llegué con tiempo y como iba sólo y no llevaba libro, me metí en el pase anterior. Ponían una española, Surcos, dirigida por José Antonio Nieves Conde en 1951. Antes de que empezara la proyección estuve ojeando el programa, no me sonaba ningún actor, no había ninguno de los conocidos de la época, el único nombre que reconocí al instante fue el de Marujita Díaz…, pufffff, el resoplido fue instintivo, españolada de manual pensé, coplas a gogó, ventanas enrejadas con geranios, sombreros cordobeses, faralaes, guitarras, toreros y todo lo demás. A punto estuve de levantarme y hacer tiempo en la barra del bar tomando cervezas hasta que empezara Centauros del desierto pero en ese momento se apagaron las luces y empezaron los títulos de crédito, además estaba en mitad de una fila y no era plan levantarme y dar por saco al personal. Pues nada a tragarme el sapo, a comerme la españolada con patatas fritas, con lo bien que estaría yo ahora en la barra con una Mahou cinco helada en la mano. Menos mal que me quedé, recibí dos lecciones, una de buen cine, y otra de la vida, los prejuicios no son buenos, te puedes perder muchas cosas si te dejas llevar por ellos, buena gente, buenos libros, y buenas películas. Yo siempre les planto cara, pero a veces son duros de pelar los cabritos, hay que estar alerta, aquel día casi me joden un peliculón.
Surcos cuenta la historia de una familia que se traslada del campo a la ciudad en busca de una vida mejor, dejan el terruño, la subsistencia pura y dura, para establecerse en Madrid y gozar de las supuestas mieles de la vida urbana. La película es un retrato fiel y realista de la España de finales de los años cuarenta, una España deprimida económicamente, sórdida, machista y resignada. La familia pronto se encuentra con la dura realidad, vivir en los madriles no es como les habían contado. En el pueblo, aunque hubiera miseria al menos había solidaridad, la gente se ayudaba, en la gran urbe no, aquí cada uno va a lo suyo, el individualismo campa a sus anchas, si hay que pisarle la cabeza al vecino para ganarse el pan no hay ningún problema. En Surcos, hay folclore pero poco, el cameo de Marujita Díaz cantándose una copla y poco más, la película es dura y trata temas que no era habitual ver en el cine español de la época; el mercado negro, el desempleo y la prostitución,  la lucha por la vida en una España muy chunga para la mayoría. En Surcos hay una escena de una pelea encima de un camión de patatas en marcha que no tiene nada que envidiarle a la de En busca del arca perdida, Indiana Jones pelea con los nazis por el Arca de la Alianza y gana, claro. Pepe pelea por un saco de patatas con los dueños del camión y pierde. Indiana es un héroe de ficción. Pepe es un tipo de carne y hueso que se quita el hambre a guantazos.  Surcos es un peliculón que me agenciaré en cuanto la vea en Dvd.
Imagen de una escena de Surcos

A raíz de ver Surcos, llevo una temporada dándole al cine español de antes, al que se hizo entre los años treinta y mediados de los sesenta y que nos enseña cómo se vivía en los pueblos y en las ciudades en la España en blanco y negro del franquismo. Españoladas que en su mayoría abundaban en el folclore o en la comedia buscando entretener al personal, algunas de ellas muy buenas. Otras, además de meter una copla, una sevillana, o un torero, denunciaban con disimulo y sorteando la censura, aspectos incómodos de la realidad española de la época. En esos años se hicieron verdaderas obras maestras en el cine español, películas a reivindicar que no estaría mal que se las pusieran a los chavales en los institutos, así se harían una idea de cómo se vivía en España hace sesenta años. Estas cosas antes las contaban los abuelos, pero como dijo el gran Miguel Delibes, “la televisión ha sustituido al abuelo como contador de historias”, ahora en lugar de escuchar al abuelo, lo sentamos con los chavales a ver la tele.
Muerte de un ciclista, Calle Mayor, Historias de la radio, Surcos, Atraco a las tres, Plácido, Viridiana, El verdugo, y Bienvenido Míster Marshall son algunas de las que he vuelto a ver últimamente. Ayer me puse Placido y El verdugo de Berlanga. He leído libros, y he visto muchos documentales y películas sobre la pena de muerte pero es en El verdugo, una comedia española, donde siempre  he encontrado el mayor y el mejor alegato contra la pena capital. Gran director Berlanga, a la altura de los grandes cineastas norteamericanos de la época, pero en España claro, con pocos medios y con la censura. Las películas de Berlanga tratan de gente que busca medrar de alguna manera. Los habitantes de Villar del Río en Bienvenido, creen que los americanos les van a solucionar la vida, y les piden cosas; una vaca, un tractor, un traje para los Domingos, una pareja de mulas, una azada…gente ambiciosa. Plácido se compra un motocarro a plazos para mejorar en el negocio y tener autonomía, y José Luis, en El verdugo, lo que quiere es un puesto fijo, un piso y casarse.  En las películas de Berlanga, como en la vida, siempre se interpone algo entre nosotros y lo que queremos conseguir.
Imagen de la escena final de El verdugo, dirigida por Luis García Berlanga en 1963

A finales de los sesenta, con el turismo y el desarrollo económico llegó el despiporre, el destape y el landismo. Alfredo Landa fue el estereotipo del macho ibérico, feo, achaparrado, con las piernas arqueadas y pelo  en el pecho, las suecas se lo rifaban claro, os recomiendo que volváis a ver “Manolo la Nuit”. Muchos reniegan de este cine, incluso del anterior, por casposo y machista, españoladas que exageraban y desvirtuaban el carácter español abundando en los tópicos, es lo que suelen alegar, lo malo es que suelen meter a todas en el mismo saco. Entre lo más casposo, aparecieron peliculones como El espíritu de la colmena y Cría cuervos.  Alfredo Landa nunca renegó del landismo y el destape, al contrario, siempre se sintió orgulloso de estas películas. Luego cuando hizo El crack, El bosque animado, y Los santos inocentes a Alfredo Landa le perdonaron lo del landismo. Qué gran actor dijeron.
 Conozco gente que no ve cine español por real decreto autoimpuesto. Allá cada uno, yo veo lo que me echen, si me parece bueno repito y si no, pues no. Creo que el cine español es igual de bueno o malo que cualquiera, se hacen películas buenas y películas malas, es verdad que llevo mucho tiempo sin ver una película española que me parezca realmente buena, pero lo mismo me pasa con las americanas y con el cine en general.
La semana que viene seguiré con las más actuales, las que se hicieron después de la transición, Los Santos Inocentes, El crack, Amanece que no es poco, El bosque animado…, y así hasta las más recientes, con las más recientes ando un poco perdido, así que se admiten recomendaciones.
Os dejo que empieza Curro Jiménez, me han quitado Fraiser, y me han puesto Curro Jiménez, pues muy bien, de niño me encantaba y me he enganchado, menudos bocatas que se aprieta el Algarrobo, que tío.
Saludos cordiales.

domingo, 1 de julio de 2012

Ligero de equipaje

Hace años coincidí en la facultad durante un cuatrimestre  con un alumno inglés, estudiante de Filología Hispánica que estaba aquí de Erasmus. Era igual de cervecero que yo, o más incluso, así que hicimos buenas migas. Al principio se quejaba de lo fría que servían aquí la cerveza, pero luego le cogió el gusto y empezó a despotricar de lo calentorra que la ponían en su tierra. Las dos pasiones de Paul eran la cerveza fría y Antonio Machado, siempre llevaba encima la edición de Austral de  Poesías completas, y nos leía a mí y a otros compañeros en la cafetería de la facultad sus poemas preferidos en un español lamentable. Su favorito era Un loco (CVI de Poesías completas), le escuchábamos en silencio entre divertidos y admirados, qué huevos, pensaba yo, ni harto de whisky me pongo a leer a Shakespeare con mi Inglés de subsistencia recién llegado de Erasmus a una facultad inglesa. Cuando le llevaron de excursión a Soria vino entusiasmado, he paseado a orillas del Duero como Machado, qué paisaje tan poético me dijo con la mirada perdida y el tercio de Mahou cinco en la mano.  Yo rompiendo la magia le contesté que el Camino de San Saturio por el que paseaba Machado, la Ruta Machadiana que visitan miles de turistas  es un lugar bonito sí, pero que sería igual de poético que  la ribera del Henares si Machado no hubiera escrito Campos de Castilla. Paul siempre me decía que yo era un tío con suerte, porque al ser nativo español podía leer a Machado, a Cervantes y a Galdós sin traducir, o sin necesidad de tener que tirar de diccionario, como le pasaba a él. Siempre estaba con eso. Por mucho español que aprenda nunca sentiré lo que tú al leer Campos de Castilla, me decía…, ya, también te envidio yo a ti por poder leer a pelo a Dickens a Shakespeare y a Poe, así que estamos igual… ¿otra birra?, nunca decía que no el tío.
 Gran tipo Paul, cuando se volvió a Londres no iba ligero de equipaje como Machado precisamente, se llevó cuatro cajas de latas de Mahou cinco estrellas, un figura. Intercambiamos teléfonos y direcciones, nos prometimos llamarnos y visitarnos a menudo, y mandarnos postales por Navidad, y felicitarnos los cumpleaños, y ser amigos para siempre. No hicimos nada de eso. No he vuelto a saber nada de Paul, ni siquiera le he buscado por el Facebook, pero siempre que leo a Machado o me tomo una Mahou, me acuerdo de él. Probablemente será profesor de español en alguna academia, o en alguna facultad de letras, y seguro que leerá a sus alumnos en un español más que aceptable poemas de Machado.
Acabo de terminar “Ligero de equipaje”, la biografía de Antonio Machado que publicó el hispanista Ian Gibson en 2006. Apretarse una buena biografía de vez en cuando es muy saludable, sobre todo si están bien escritas  y son sobre gente a la que admiras.  Ésta de Machado está muy bien, he disfrutado como un gorrino en un maizal de lo que nos cuenta Gibson sobre la vida y obra del Poeta. Más que el tema de la creación literaria, o de la España que vivió Machado y de la que tanto se quejó, que también, me ha gustado el retrato de su vida. La vida del profesor de Francés ensimismado y melancólico, desterrado en provincias. Mientras leía sobre la vida de Machado me daba cuenta de que Machado fue como yo pensaba que fue cuando leía Soledades, o Campos de Castilla. Porque leer a Machado es casi como hablar con él, en sus libros de poemas está el hombre triste y solitario que era, “siempre buscando a Dios entre la niebla”, el hombre que admira la belleza de la naturaleza y en su soledad espera como "otro milagro de la primavera" el entusiasmo del amor. El amor, la soledad, la angustia existencial, la naturaleza, y la muerte, es lo que encontramos en los poemas de Machado. Poesía intima y personal, sobre todo en su primera etapa, pero que trata  temas universales.
Machado escribió su poema retrato, que abre Campos de Castilla, en 1906, cuando tenía treinta y un años, más o menos en la mitad de su vida. Así fue Machado, como el mismo nos cuenta; "bueno en el buen sentido de la palabra", ni Bradomín ni Mañara, o sea que no se comió un colín en su vida el hombre,”ya conocéis mi torpe aliño indumentario”, con un punto de rebeldía, pero sin ser fanático ni radical, “Hay en mis venas gotas  de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno”,  escéptico y reflexivo, “a distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una”, ensimismado “converso con el hombre que siempre va conmigo”, y austero.
 Machado se fue como vino, con lo puesto, llegó al pueblecito francés de Coilloure al final de la Guerra Civil, huyendo del avance de los nacionales que acababan de tomar Barcelona. Allí le acogieron por caridad y por respeto en un Hotelillo,  junto a su madre y su hermano José, y allí murió, pobre, pero  sin deberle nada a nadie, al contrario, dejándonos a nosotros en deuda con el por los libros de poemas que  nos escribió,  “Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca a de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar.”



La vida de Machado fue bastante perra, no vivió de su poesía, de hecho las editoriales le pagaban siempre tarde y mal sus libros. Opositar a la cátedra de francés fue una salida en busca de cierta estabilidad económica. Algo que yo no sabía y que me ha parecido curioso, es que en tiempos de Machado no era necesario tener una carrera para opositar a profesor de secundaria, bastaba con ser bachiller (el bachiller de antes no es el bachiller de ahora claro), de hecho Machado empieza la carrera de Filosofía y Letras con cuarenta años y la termina con cuarenta y tres. Machado tampoco tuvo suerte en el amor, se casó con Leonor cuando él tenía treinta y un años y ella diez y seis, la felicidad le duró poco, a los dos años Leonor muere. Años después conoce a la poetisa Pilar de Valderrama (según ella la Guiomar de los poemas de Machado), y se enamora como un adolescente, una historia  bastante sórdida, que Gibson cuenta con bastante detalle aportando algunas cartas, parece  que la Valderrama no correspondía al poeta, lo suyo era más admiración por la figura literaria, que amor apasionado. Pobre Machado.
Siempre quiso conseguir el traslado a Madrid, donde en las tertulias, y las revistas se cocía la vida literaria, nula en Soria y en Baeza donde se sentía un desterrado. Lo más que consiguió fue un traslado a Segovia en 1919, esto al menos le permitió bajar a Madrid los fines de semana. Fue ya en 1931, con el advenimiento de la República cuando consigue plaza en el Instituto Calderón de Madrid.

Este es el Camino de San Saturio, por aquí paseaba Machado los años que estuvo de profesor en Soria. El cuadro es de Jesús Paredes Perlado, un pintor Soriano, os recomiendo entrar en su página web, tiene cuadros de paisaje castellano que son una maravilla. http://www.jesusparedes.es/
Menos mal que a su pesar, a Machado le dieron plaza en Soria cuando consiguió sacar las oposiciones, si se hubiera quedado en Madrid que es lo que él quería, no habría paseado a orillas del Duero, ni por las calles de la vieja Soria en una noche de verano “sólo, como un fantasma”,  ni habría conocido a Leonor, ni habría escrito Campos de Castilla, uno de los mejores libros de poemas que se han escrito en castellano.
Machado era un republicano convencido, así que cuando estalla la Guerra Civil se adhiere a la causa republicana, y colabora en su propaganda con muchos artículos prácticamente hasta su muerte. A su hermano Manuel, también poeta, le pilló el levantamiento en Burgos, zona nacional, allí se quedó y acabó colaborando con los rebeldes. Sobre el papel de los escritores y poetas de uno y otro bando durante la Guerra Civil, hay un libro que no me canso de recomendar, Las armas y las letras de Andrés Trapiello.
Ahora estoy leyendo el Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo), Juan de Mairena es el otro yo de Machado, su yo filosófico como le gustaba decir a él, un poeta, profesor y filósofo que se inventó  para poder escribir con cierta distancia sobre los temas que le preocupaban. 
Una de las cosas que más me gustan de Juan de Mairena, es la actitud interrogativa y reflexiva que intentaba inculcar en sus alumnos del instituto, fomentándoles insistentemente el pensar por sí mismos. El alter ego de Machado hace hincapié en sus clases en la importancia de formarse un criterio propio, para conseguir esto, Mairena aconseja a sus alumnos someter a la reflexión los lugares comunes, lo banal, y las opiniones uniformadas. También les inculca el respeto al otro, y a su manera de pensar, se trata de dialogar, no de imponer el criterio de uno.  Qué grande Mairena verdad, bueno, qué grande Machado claro. ¿Harán esto ahora los profesores de instituto?, seguro que lo intentarán. Ahora es más difícil que en tiempos de Machado tener criterio propio. Acosados como estamos por la información que nos llega por todas partes, información que obtenemos a golpe de ratón y que asimilamos sin filtrar, sin someterla a la reflexión o al contraste, aceptándola como buena o mala sin más, según se ajuste o no a nuestra manera de pensar. Cómo fomenta ahora un profesor esa actitud reflexiva, esa formación del criterio, a chavales de doce a dieciséis años nativos digitales. Suerte profes, tenéis el cielo ganado si lo conseguís, sólo el hecho de intentarlo os honra.
Os dejo ya, que esto se alarga, y quiero seguir dándole a Juan de Mairena. A los que leen poesía, ¿hay alguien ahí?, y leéis a Machado, os recomiendo que os metáis entre pecho y espalda Ligero de equipaje de Ian Gibson, lo vais a pasar bien, creo que ya está en edición de bolsillo.  A los que no habéis leído poesía jamás, os recomiendo que le echéis un rato a Campos de Castilla, o a Soledades, acercaros a la biblioteca municipal, y os saldrá la cosa gratis, o iros a cualquier librería y compraros la edición de bolsillo de Poesías Completas. Sale muy barato ser feliz durante un rato. Machado es un poeta muy agradecido, siempre apostó por la claridad, por la palabra directa y sencilla, humana y profunda. Os dejo un ejemplo.
Cómo escribir sobre el dolor puede ser tan claro y tan hermoso.

Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
tú eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.
Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino, como
el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena,
así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.