Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso sol amanecía.

José Hierro

jueves, 26 de abril de 2012

Indios y vaqueros


Recuerdo la primera vez que vi una de vaqueros, fue Raíces profundas de George Stevens, en la televisión claro, un sábado por la tarde. Cuando los que ahora frisamos los cuarenta tacos éramos críos, los sábados por la tarde veíamos lo que echaban, Jackie y Nuca o Mazinger z y después en Primera sesión en la primera cadena, a eso de las cuatro, una de vaqueros. A mi casa la tele en color llegó tarde, mi padre era de la mentalidad de antes, las cosas se cambian cuando se rompen, y aquella Grundig en blanco y negro era dura de cojones. Así que la primera vez que vi Raíces profundas, Robin de los bosques, o El Halcón y la flecha, las vi en blanco negro, mi padre para consolar nos decía que todas las películas antiguas eran en blanco y negro, y yo me lo creí claro. El chasco me lo llevé cuando fui a pasar el sábado a casa de un amigo que acababa de estrenar tele, y descubrí que Raíces profundas era en color, aquello fue como abrir un álbum de cromos, una maravilla, el technicolor es lo que tiene. Entonces empecé con el sabotaje, me dedicaba a encenderla y apagarla apretando y soltando el botón muy rápido, pero nada, aquel trasto estaba bien pensado y hecho para durar, así que estuve condenado al blanco y negro unos añitos más. Cuando llegó la tele en color con mando aquello fue el no va más, luego vino la revolución con la llegada del vídeo, fue como entrar en la cuarta dimensión, pura ciencia ficción, estábamos flipando, como los simios de 2001 en una odisea en el espacio cuando encuentran el monolito, lo mismo. Creo que el hecho de que siempre vaya un paso por detrás en esto de las nuevas tecnologías tiene mucho que ver con esto que cuento.
Con el western pasa como con el Cine negro, la mayoría de las veces sabes lo que va a pasar desde el primer fotograma, pero da igual, lo importante es el cómo el cuándo el dónde y el por qué, en el western lo importante es el dónde, porque en las del oeste el paisaje, el territorio por explorar, la última frontera es el protagonista principal. Luego tenemos la caravana de colonos, el vadeo de un río, la diligencia desbocada acosada por los indios, el pistolero errante, la fiebre del oro, el Séptimo de caballería, los ganaderos en conflicto con los granjeros, la llegada del ferrocarril y la ciudad sin ley. El hombre en tierra salvaje, eso da mucho juego.
Las del oeste cuentan la historia de la formación y el desarrollo de los EEUU durante el siglo XIX, centrándose en la exploración y conquista de los territorios occidentales, la primera frontera fueron los Apalaches, y de ahí hasta Oregón o California, la cosa duró más o menos un siglo de 1803 a 1905. El Western cuenta la historia a su manera claro, con conservantes, colorantes y potenciadores del sabor, con su mitología, su folclore, su ingenuidad, su ausencia de rigor histórico, y el escamoteo de los episodios más lamentables, como las matanzas de indios o el impacto ecológico, en las del oeste, la épica y la leyenda superan a la realidad en la mayoría de las ocasiones, sobre todo en la primera etapa del género. Moraleja, la historia se estudia en los libros y en los documentales, al cine se va soñar, a desconectar de la realidad, a vivir otras vidas.
 
Centauros del desierto (The Seachers). John Ford. 1956
 
La historia del cine del oeste es corta pero ancha. Lo que empezó como la exaltación pura y dura fue evolucionando hacia temas más comprometidos y trascendentales, la cuestión india, el racismo, el poder, la venganza, y la redención, insistiendo especialmente en la psicología de los personajes y dotándoles de mayor fuerza, de la exaltación a la reflexión, así desde 1903 con Asalto y robo de un tren de Edwin S. Porter hasta 1992 con Sin perdón de Clint Eastwood. Algunos piensan que el western clásico está muerto desde que en 1969 apareció Easy Rider, Easy Rider es un western pero con motos en lugar de caballos, y los que las montaban no eran vaqueros o pistoleros, si no hippies, y no iban en busca de nuevas tierras, si no de la libertad y de los paraísos artificiales. Menudo fiestón que se pegan los chavales en Nueva Orleans.
A finales de los sesenta empezó la desmitificación, el western crepuscular recreaba el final de una época, los tiempos cambian, llegan las leyes y el ferrocarril a las ciudades donde antes sólo se llegaba a caballo, los pistoleros a sueldo y los bandoleros que antes campaban a sus anchas ahora son perseguidos y no encuentran su lugar, pero no se resignan, un tiempo que termina, y otro que llega, Grupo Salvaje y Pat Garret y Billy de Kid de Sam Peckinpah indagan en esto y son de lo mejorcito de esta época, también Clint Eastwood daba guerra con Infierno de cobardes y El fuera de la ley, pero poco más, la cosa estaba muy malita para las del oeste, las policiacas y las de acción se llevaron el gato al agua. El spaguetti merece artículo aparte, lo mejor la Trilogía del dólar de Sergio Leone. Luego en los ochenta hubo sorpresas puntuales como El jinete pálido de Clint Eastwood, y Silverado de Lawrence Kasdan.
A principios de los noventa la cosa se vino arriba con Bailando con lobos de Kevin Costern y Sin perdón de Clint Eastwood, lo de Sin perdón fue una locura, a los críticos se les hizo el culo pepsicola, la flor y nata de la intelectualidad se derritió con esta película, la crema de la crítica convirtió a Sin perdón en una película de culto en cuestión de meses. Lo curioso es que eran los mismos esnobs que siempre habían mirado por encima del hombro a Clint Eastwood y a las películas del oeste, los mismos que habían, ninguneado a El jinete pálido y Al fuera de la ley (ya está el abuelo cebolleta de Clint mascando la chapa con el oeste) las dos a la altura de la laureada. Sin perdón es una película sobre la violencia y sobre la redención, es un pedazo de western pero a la vez es el anti western, es de las que no se pueden contar porque no sale, hay que verla, la escena final es el Corazón de las tinieblas de Conrad.
Después de eso Open Range de Kevin Costner, Valor de ley de los hermanos Cohen y poca cosa más he visto, se aceptan recomendaciones. Valor de ley es un remake de un western de Henry Hathaway protagonizado por John Wayne en 1969, al que ese año por fin le dieron el óscar. La de los Cohen es un peliculón, no le falta de nada, y tiene una banda sonora espectacular, pero yo por respeto a John Wayne me quedo con la del 69.
Lo de mis favoritos va por días, (mis favoritas de las que he visto) unos días es Raíces Profundas y otro es Johny Guitar, uno de los pocos westerns, si no el único protagonizado por mujeres, y a la semana siguiente, Horizontes lejanos, Pasión de los fuertes, o Pat Garret y Billy de Kid, o Grupo salvaje, o Sin perdón, o Estación comanche, hoy es Centauros del desierto. Los grandes directores; John Ford, Anthony Mann, Howard Hawks, Sam Peckinpah, Sergio Leone, Bud Boetticher y alguno más que seguro me queda por descubrir, lo de Bud Boetticher tiene más mérito, porque era director b, y hacía películas por cuatro duros en tres semanas, y encima eran buenas buenas.
Ayer volví a ver Centauros del desierto de John Ford, pero no en casa en la tele de 40 con las persianas bajadas, no, la vi en la Filmoteca, en el pantallote, en la fila 2 de la sala 1. Era la sesión de las diez, pensé que habría cuatro frikis gafapastas y conmigo cinco, pues no, la sala se llenó, había mucha gente joven, chavales de veinte años, silencio total durante las dos horas de película, ni un murmullo, ni un crunchi crunchi palomitas. Todavía estoy allí con Ethan en Monument Valley.